Resultaría imposible tratar de resumir lo que ha representado Carlos Carnicer para la Abogacía Española, lo que implica su pérdida, o tratar de abarcar en unas líneas toda su personalidad. Si Bertolt Brecht hubiera tenido oportunidad de conocerlo, tendría claro donde lo podría “clasificar”, pues, sin duda, Carlos era de esas personas que luchan toda la vida; y eso los hace imprescindibles. Su convicción y su pasión en la defensa de la Abogacía y de los derechos de las más desvalidos, de los más vulnerables, era absoluta, sin matices. Sus reivindicaciones eran permanentes y continuadas, pero no sólo pensando en la Abogacía, como podía parecer, sino en los ciudadanos, con esa más que conocida y permanente obsesión suya por conseguir hacer efectiva la aplicación del artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La descripción de todos los avances logrados, tanto para la Abogacía como para la garantía efectiva de la defensa de los ciudadanos, con su intervención o participación di-recta y personal, completarían ya estas líneas. Pero el detalle y la enumeración de todos esos logros profesionales e institucionales será objeto, sin duda, de los oportunos reconocimientos, como no puede ser de otro modo, porque Carlos se los merece todos. Por eso, creo que también hay que hablar de Carlos Carnicer como persona, un chico de barrio zaragozano, sin ningún precursor familiar en el ejercicio de la Abogacía, pero con una convicción absoluta de que ésa era su vocación y su pasión.