Un tablero de ajedrez y una sala de vistas son campos de batalla más o menos incruentos. En el primer caso se enfrentan dos ejércitos encabezados por sendos reyes. En el segundo se enfrentan dos partes y un juez dirige la contienda bajo la atenta mirada (es un decir) del rey, en cuyo nombre se administra la Justicia. A veces las salas son escenarios solemnes (pienso en el Tribunal Superior de Justicia de Aragón), otras en cambio son más funcionales, acaso desangeladas. Los abogados nos presentamos de uniforme a este peculiar combate salvo que una pandemia, pongamos por caso, permita dispensar el uso de la toga. En las modernas salas de vistas las únicas concesiones estéticas son la presencia de las banderas nacional y autonómica (habitualmente de raso y con escudos bordados, otras veces de simple tela y con escudos serigrafiados), el símbolo de la justicia que adorna la mesa o las paredes del tribunal o el retrato del rey con atributos propios de la justicia que preside la sala. A este retrato voy a referirme, explicando qué simbolizan sus distintos elementos.
El Estatuto General de la Abogacía de 2001 acabó con la obligación de los abogados, sistemáticamente incumplida, de comparecer ante los Tribunales con traje, corbata y zapatos negros, camisa blanca, vistiendo toga y potestativamente birrete. A partir de entonces, la única obligación formal de los abogados fue la de vestir toga y potestativamente birrete, adecuando la indumentaria “a la dignidad y prestigio de la toga que visten y al respeto a la Justicia” (artículo 36 del Estatuto General de la Abogacía de 2001). El artículo 56 del vigente Estatuto suprime la referencia al birrete y a la dignidad y prestigio de la toga para hablar simplemente del “derecho a intervenir (…) vistiendo toga, adecuando su indumentaria a la dignidad de su función”. Celebrar vistas sin usar toga me ha permitido comprobar que esta prenda, como decía Ángel Ossorio, tiene alma. En sala, la toga de los abogados, sin distintivos de ninguna clase (salvo las que son propiedad de los colegios de abogados), plasma el principio de igualdad y homogeneiza a los contendientes, aunque sea en el terreno meramente estético. Tal vez el raso de la toga, como las solapas de un esmoquin, permite que todo lo que se vierte en un juicio, igual que las cenizas de los cigarros, resbale por encima de ella sin llegar a traspasarla ni a mancharnos, cualquiera sabe. También el traje de faena de los cirujanos es verde por ser éste el color complementario del rojo. De esta forma la sangre se nota menos. Los daltónicos ni eso.
La toga regia, como la de los magistrados (no así la de los jueces) lleva vuelillos en las bocamangas. Este símbolo de los vuelillos o puñetas es metáfora del laborioso y delicado trabajo de impartir justicia, de ahí que en ocasiones se borden abejas en ellas. La expresión “mandar a hacer puñetas” significa enviar a alguien molesto a un sitio apartado (los conventos o la cárcel, donde monjas o presas bordaban estos adornos) para tenerlo entretenido y que no incordie. Alfred López sugiere esta divertida hipótesis sobre el origen de esta expresión en su blog en “20minutos”: “(…) una última hipótesis (…) nos lleva hasta Portugal, ya que, en el país luso, ‘punheta’ es un término coloquial para referirse a la masturbación allí, existiendo algunas frases hechas que usan el término ‘fazer punheta’ para decir ‘vete a masturbarte’“. El aragonesísimo: “Tira a cascala”. Quedan así acreditadas la profunda unidad de los pueblos ibéricos y mi irreprimible tendencia al chascarrillo. Ustedes disculpen.