Beatriz Garcia Boldova. Abogada
Una vez la dureza de las medidas de confinamiento se ha relajado y gozamos de libertad de movimiento por nuestra provincia, he decidido, más bien necesitado, hacer uso de este maravilloso derecho individual “recuperado”, paseándola.
La necesidad de estos paseos no se debe únicamente a que el obligado encierro al que nos ha arrastrado el Covid19 nos empuja, físicamente a salir de nuestros domicilios en el momento en que hemos podido hacerlo. También se debe a razones de salud mental, tan importante como la física y que indudablemente tenemos en grave riesgo ante las altas dosis de incertidumbre, personal, familiar y laboral en la que nuestra sociedad y nuestras “certezas” nos lleva envolviendo desde hace meses y que no tiene pinta, al menos en el corto plazo, de desaparecer.
A ello añadimos el hecho de convivir en una zona céntrica de la ciudad con una persona de riesgo, que, ante la afluencia de paseantes, como nunca habíamos visto frente a nuestro portal, decide continuar en casa para evitar pasar del nulo contacto social, al exceso, salvo que se le ofrezcan posibilidades de tomar el sol y el aire con las debidas garantías y protección para su salud. Todas estas razones y algunas más que iré desgranando, me han animado a arriesgar, visitando junto a ella, mi madre, diferentes rincones de nuestra provincia a pesar de los constante avisos en los paneles de la DGT: “continua el estado de alarma, solo desplazamientos justificados”
Por más que leo el art. 7 de la Orden Ministerial 399/2020 de 9 de mayo, no encuentro argumento alguno que sustente que la necesidad de una justificación en los desplazamientos por la provincia, de hecho, lo único que encuentro es incontables argumentos para sustentar precisamente lo contrario, y ello me permite correr el riesgo de recibir una multa. Claro que habrá que ver si hay agente de las FFCCSSEE que ante la presencia de la encantadora abuelita que me acompaña en la mayoría de ellas cae en el embrujo de artes argumentativas poco jurídicas, pero de gran efectividad y nos libra de la receta. Obviamente, tal situación, de producirse sería merecedora de ser escrita y compartida, dejando aquí por escrito mi compromiso de llevarlo a cabo, si en alguno de nuestros paseos nos encontramos con algún agente.
En estos paseos provinciales, voy redescubriendo muchos lugares que ya conocía y es curioso como soy consciente de lo que los he echado de menos. Otros espacios los encuentros de casualidad sin conocer previamente de su existencia, y es que siempre he tenido tendencia a dejarme sorprender por carreteras y caminos inexplorados. Hay rincones que nunca encontraba tiempo para visitar, arrastrada por la vorágine en la que nuestras vidas se encontraban tan solo tres meses atrás y que hoy parece que tuvieran un imán que me atrae hacia ellos.
Paseos para los que encuentro nuevas definiciones. Recuperar la libertad de conducir, sin prisas, y la mayoría de las ocasiones, sin apenas tráfico. Reconquistar la sensación de fijar la vista en el horizonte, esa necesidad humana en la que apenas reparamos concentrados en nuestras pantallas. Dejar volar los pensamientos teniendo la posibilidad de ordenarlos en la paz, el silencio de una primavera increíble en nuestra Zaragoza. Pasear alejada de las multitudes de la ciudad, del inmenso ruido de una “política”, la de cualquier color, que no alcanzo a entender, del enfrentamiento, cada vez más intenso, de unos contra otros que tan solo sirve para incrementar preocupaciones.
Paseos en los que puedo distanciarme de todo eso y donde permitir a mi mente que vuela libre, incluso a pesar de las múltiples inquietudes sociales, personales, profesionales del día a día que se quedan aparcadas en el fondo de la conciencia, al menos de una forma parcial. En mi caso particular, la belleza de un lugar disfrutada en silencio, el contacto con la naturaleza me lleva de la mano a la introspección, abren mi mente a la reflexión, y a la vez a la creatividad, a la generación de nuevas formas de hacer las cosas a la búsqueda de soluciones.
Así llegué a la Capadocia con cachirulo: Aguarales, los Aguarales de Valpalmas. Hace ya años que un gran jurista me reveló su existencia, y sin duda, fueron sus palabras sobre el lugar las que me ha incitado ahora a descubrirlos, disfrutarlos y pasearlos en estos paseos “post-confinamiento”. Con la dirección en el navegador, inicie la marcha con intención de disfrutar, además, de la puesta de sol; esa luz del final del día acariciando las caprichosas formas geológicas, se me antojó la mejor manera de acercarme a este paisaje entre lunar y marciano por primera vez. El acierto fue absoluto pues las últimas caricias del sol me enamoraron al punto de alcanzar la absoluta certeza que volveré.
Aguarales, una palabra tan de nuestro Aragón, y a la vez tan desconocida, es la primera palabra que me acompaña al descubrir los primeros vestigios del paisaje que estoy a punto de disfrutar. Mi segundo pensamiento se lo dedico a Ramón y Cajal, pues en estos parajes pasó parte de su infancia, en los que resulta impensable que no creciera allí su pasión por la naturaleza.
Paseando entre estas chimeneas de hadas, nombre por el que también son conocidas ese tipo de formaciones geológicas, la imaginación es una de las invitadas de honor, encontrando una nueva definición de paseo, la de regresar a la niñez: disfrutar de cada forma a la que la fantasía consigue con su magia convertir ilimitadamente en objetos, animales, seres que solo habitan en la ilusión de quien se acerca a contemplarlos y los dota de contenido por un momento.
La siguiente invitada de honor es la curiosidad que agolpa en la mente preguntas sobre el modo y manera en que la acción de la naturaleza ha sido capaz de tallar el terreno arcilloso, como la acción de las tormentas forma corrientes de agua y barro que al infiltrarse por los resquicios del suelo forman corrientes de agua y barro que han ido modelando el paisaje hasta hoy. 25.000 años de evolución paisajística en esta parte del planeta traen de la mano de la curiosidad a otra invitada, la humildad, la insignificancia del ser humano ante las creaciones de la naturaleza. Todo nuestro revolucionario progreso se limita a un pequeño puñado de años (a partir de la revolución industrial), en los que hemos sido capaces de poner en jaque nuestro planeta, nuestro hábitat, nuestro hogar. Pero la naturaleza responde, en la mayoría de las ocasiones sin que seamos conscientes realmente de esa respuesta, en otras como hoy, nos reta con algo que ni siquiera tiene vida, ni alcanzamos a poder visualizar con nuestra mirada, un simple virus, pero esta vez es la naturaleza la que pone en jaque la organización del ser humano tal y como hasta ahora la hemos conocido.
Mientras mi mente va regresando a la actualidad, observo como mi madre disfruta de las plantas y flores de su infancia, saco una cerveza helada de mi mochila y me pregunto que lección me puede ofrecer la naturaleza que tengo a mi alrededor. La arcilla no puede evitar la acción de las tormentas, todo lo contrario, se deja modelar por ellas. Quizás sea esa la respuesta a muchas de las preguntas que estos últimos meses me inquietan a nivel personal, profesional y laboral.
Quizás la clave no sea evitar, sino aceptar, y permitir que la tormenta me moldee mientras pasa. Miro ahora las formaciones tubulares con una mirada diferente, vislumbro una abogacía frente a la oportunidad de ser tallada por la acción de la naturaleza, observo nuestras togas tan individuales en tantas ocasiones y tan necesitadas del poder mágico de lo colectivo al que la actualidad nos está invitando.
Quienes hemos tenido la oportunidad laboral de colaborar con equipos de personas y mucho más si estos son de carácter interdisciplinar, conocemos las ventajas del trabajo en equipo cuando existe un objetivo común. Sabemos la velocidad a la que se avanza a través de fórmulas de trabajo colaborativas y parece que se nos invita, al menos a sondear sus posibilidades. Si a ello sumamos la digitalización que con tanta facilidad tenemos a nuestra disposición, pareciera como si el camino a seguir estuviera indicado. Sin duda, un sendero lleno de retos, de dificultades, al que habrá que poner importantes dosis de imaginación y porque no decirlo, de esfuerzo, de trabajo, pero sobre todo de ilusión.
Mis pensamientos me traen fuerzas renovadas para continuar mi aventura de vivir, de ejercer mi profesión con la ilusión que necesito, porque hoy me niego a pensar en los “Hobbes” que sin duda habré de encontrarme en mi camino abundantes en la historia de nuestra humanidad; hoy mi mirada solo se detiene en los que ha sido nuestros principales motores de evolución como especie: la colaboración, la solidaridad, la creatividad, la imaginación y sobre todo las ganas. Hoy toca acordarse de nuestro patrón San Ivo, por poner un ejemplo.
El sol ya empieza a ocultarse, apenas queda tiempo para hacer unas cuantas fotos que me recuerden la belleza que acabo de contemplar y me evoquen mis reflexiones cuando el día surja torcido y cueste enderezarlo. Antes de subir a mi coche para abandonar el lugar, reviso que todo halla quedado tal y como lo encontramos, sin más vestigio de nuestro paso que las huellas que nuestras zapatillas han dejado en el suelo. Despacio tomo el camino de vuelta a casa con una última palabra en mi mente: respeto, a la naturaleza, a esa gran casa que compartimos y de la que tanto podríamos aprender. Solo hay que proponérselo, detenerse a contemplarla y escucharla.
Un par de imágenes finales se graban en mi retina en el camino de vuelta: una pareja de perdices rojas en pleno cortejo y una gineta que cruza la carretera despreocupada. Dos maravillosos regalos que la naturaleza ha querido que me lleve de los aguarales… además de la despedida del sol un día de primavera