Podemos imaginar que cuando Carlos acudía al Consejo General, quizás a mantener una reunión con alguna persona de reconocido prestigio nacional o internacional, igual interés y amabilidad le dispensaba a éste que a Ángel. Ambos eran seres humanos libres e iguales en dignidad y merecedores de un trato fraternal.
Este respeto, calidez e incluso generosidad, igualmente lo aplicaba Carlos en su tarea profesional e institucional, lo cual no significa -ni mucho menos- muestra de ingenuidad o debilidad. Siempre mostró decisión y lealtad a sus principios e ideas, y llevó adelante sus proyectos, de todo tipo, con decisión; su paso por la Abogacía sí lo demuestra.
Su determinación se evidenciaba en cualquiera de sus actos, incluso en el ámbito personal y privado, dejando a salvo la delegación permanente que hacía en su esposa para la elección de la vestimenta (¡por eso siempre tenía un aspecto tan elegante!). Incluso en cuestiones aparentemente triviales nunca reblaba y era capaz de abordar cualquier problema que se le presentase. Muestra de ello es el suceso, para mí sorprendente, que le ocurrió uno de esos días que salía de caza, llevado por su pasión por la Naturaleza.
Hace unos años, volviendo en el AVE desde Madrid tras finalizar un Pleno del Consejo General, me relató cómo una perra que le acompañaba en la caza, llevada de su celo y tesón en la persecución de una pieza, en una ocasión se introdujo por unos zarzales casi infranqueables. El animal acabó mal parado, presentando incluso una gran herida en su pecho; y había que hacer algo urgente.