Suele decirse que el diablo está en los detalles. Titivillus era un diablillo medieval al que los monjes y copistas medievales achacaban los despistes en sus transcripciones. El diablillo fue sucedido por los duendes de la imprenta y desde entonces les echamos a ellos las culpas de las erratas. Ahora los correctores automáticos de los procesadores de texto y de las aplicaciones de mensajería nos facilitan la vida pero nos hacen decir más de una vez lo que no quisimos o lo que ni tan siquiera pensamos. Cuando me sucede esto pienso en desactivar esta función y al final nunca lo hago, y es que el corrector automático viene realmente bien. En otras ocasiones parece que los correctores nos lean el pensamiento. Sigmund Freud hablaba de los actos fallidos para referirse a aquellos actos materiales que escapan de la conciencia y que aportan información del inconsciente. Algo de esto parece haber en algunas de las erratas que traemos a continuación.