El continente Antártico ya fue presentido o intuido por Aristóteles quien, en su libro “Meteorología”, hacía referencia al “antarkticos” que significa literalmente “opuesto al Ártico” pues entendía que la masa de hielo del Polo Norte debería estar “compensada” o “equilibrada” por otra en el Sur. En cualquier caso, el continente antártico fue considerado Terra Australis Incognita durante muchos siglos.
En honor a la verdad y, por qué no decirlo, por orgullo patrio, debemos mencionar que el primero en avistar realmente la Antártida pudo ser el español Gabriel de Castilla, probablemente las llamadas Islas Shetland del Sur (a 94 grados de latitud) hacia 1603. Una de las dos bases polares españolas lleva su nombre. Y, por otra parte, los primeros europeos en pisar suelo antártico fueron los tripulantes del barco español San Telmo que en 1819 había naufragado en la Isla Livingston tras cruzar el Mar de Hoces (comúnmente, y de forma errónea, conocido como Paso de Drake). La otra estación española, Juan Carlos I, se encuentra en la Isla Decepción, un volcán extinto localizado en ese archipiélago que tuve oportunidad de visitar.
Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XVIII cuando el marino británico James Cook pudo cruzar el Círculo Polar Antártico. A este primer viaje siguieron otras expediciones (científicas o comerciales, privadas o públicas, financiadas por diversos países debidamente documentadas y cartografiadas) encabezadas por otros pioneros, como Bellingshausen, D`Urville, Ross, Smith, Wedell, Biscoe, Gerlache, Borchgrevink, y, por supuesto por cazadores de focas como Kemp y Balleny, o balleneros como Bull, que esquilmaron los numerosos recursos de este desierto de hielo, llevando a algunas especies al borde de la extinción. De hecho, no revelaban las aguas que habían surcado y ocultaban sus “descubrimientos” precisamente para no atraer a la competencia.
Una vez comenzado el siglo XX, comienza la odisea por la conquista del Polo Sur, asociada a nombres como Shackleton (que estuvo a punto de conseguirlo, viéndose obligado “dar la vuelta” a menos de 200 kilómetros de su objetivo). Pero la auténtica carrera para alcanzar los ansiados 90 grados de latitud sur tuvo lugar entre el británico Scott (a bordo del Terra Nova) y el noruego Amundsen (capitaneando el Fram), quien alcanzó el Polo Sur geográfico el 14 de diciembre de 1911. El 17 de enero de 1912 Scott lograría también su objetivo, pero toda su expedición lo pagó con la vida durante el viaje de regreso.
En cualquier caso, los descubrimientos de todos esos exploradores han influido en la toponimia de varios lugares y enclaves, siendo origen también de reivindicaciones territoriales de numerosos países (Chile, Argentina, Australia, Estados Unidos, Rusia).