Gracias y justicia

Antonio Teixeira Blasco (Col.-nº665) Jose Luis Torralba Marco (Col nº 717). Zaragoza, Julio de 2016

La Justicia se presenta ante los ciudadanos, como una cosa muy seria. Pero esta imponente seriedad se ve, con frecuencia, alterado por algunas situaciones imprevistas, jocosas y divertidas, que vienen a romper esa oscura barrera de seriedad, frente a la que el ciudadano se ve muchas veces amedrentado y cortado.

El tema ya ha sido tratado por otros autores, y con otras anécdotas. Los autores de este modesto trabajo hemos recogido varias, de todos los estilos, que afectan a la vida judicial y del despacho, vividas o contadas por Compañeros, Abogados, Jueces e incluso, por los propios clientes y justiciables, con la única finalidad de rebajar la tensión de nuestra labor habitual, al menos despertando una pequeña sonrisa.

Por ello, evocando el nombre una publicación periódica de la 2ª Republica — “Gracia y Justicia” que hizo suyo, jocosamente, un nombre anterior del Ministerio del ramo, jugando con la polisemia de la palabra “gracia”, vemos que la “gracia” y la “justicia” no son incompatibles. Por eso hemos elegido este nombre, para encabezar este pequeño trabajo , que dividimos en cinco secciones, comprensiva la primera de las anécdotas recogidas en Sala, la segunda en las oficinas judiciales; la tercera en los propios despachos profesionales, la cuarta, dedicada a expresiones divertidas sobre conceptos seudo— técnicos o jurídicos en boca de algunas gentes y para terminar, alguna resolución “interesante”.

I.— Del Juicio oral.

Aunque con esto no sigamos el orden que impone la Ley de Enjuiciamiento criminal, el momento solemne del Juicio oral, es, sin duda, muy propicio para que el Justiciable o testigo, pasen a sala coaccionados por el ambiente y luego pasa lo que pasa. Un conocido abogado, decía que, cuando, llamado por el ujier, aparecía el testigo en la Sala, lo hacía como los toros, irrumpiendo en la plaza desde el toril, y mirando para todos los lados antes de “ponerse en suerte”, esto es, situándose en el lugar de declarar.

Y con este preámbulo, comenzamos con una, realmente espectacular:

Nos situamos, ya hace muchos años, ante la Sala de la Audiencia Provincial de Zaragoza, cuya Sala Penal era verdaderamente impresionante. El Agente Judicial hace pasar al testigo; un hombre de cierta edad, de aspecto inequívocamente rural, que entra en Sala con la boina incrustada hasta las orejas. Le dice el Presidente:

— Haga el favor de descubrirse, y jure por Dios, decir verdad, en cuanto sepa y se le pregunte, advirtiéndole que, en caso de no hacerlo, será reo del delito de falso testimonio, y se le impondrán las penas de arresto mayor y multa….

(Como haciendo oreja) — ¿Mande….?

— ¡Que le digo, que haga el favor de quitarse la boina y que jure por Dios… etc etc. etc..

— Mire, es que estoy un poco “teniente” y si no me grita mas…..

— ¡¡¡Que se quite la boina y que jure!!!/span>

El testigo, en actitud solemne, se quita la boina y grita:
— ¡Me cago en D….!

También en la Audiencia, hace muchos años, (cuando uno empezaba) y este es uno de esos casos en los que la Justicia discurre fuera de la realidad de la vida. Se juzgaba a un pobre hombre, también rústico y analfabeto, porque se había empeñado en inscribir como propio a un hijo adulterino, lo cual no dejaba de ser un loable empeño, aunque en tal ocasión, prohibido por la Ley. Aunque se trataba de un evidente error de la Notaría, el funcionario dedujo testimonio por falsedad contenida en documento público, y ahí nos encontramos en la Sala de la Audiencia, donde el Presidente le espeta:

— Póngase Vd. ahí de pié, (señalándole, con la mano, el banquillo de los acusados.)

Totalmente atolondrado, el reo se dirigió al banquillo, se subió a él y de esa guisa se quedó, lleno de zozobra, mirando al Tribunal. (Todavía no he podido comprender, después de muchos años de ejercicio profesional, cómo pudo condenarse a aquel pobre hombre, por falsedad documental, pero así son las cosas).

Se encontraba un abogado, defendiendo denodadamente al autor de alguna “calaverada” propia de jóvenes, y en el calor de su defensa, trató de instar la comprensión de los señores de la Sala con el, sin duda endeble argumento de que “la Sala también ha sido joven….!” Le interrumpió violentamente el Presidente:

— Sr. Letrado! ¡La Sala nunca ha sido joven!

Se trataba de un Juicio por algún incidente ocurrido en una casa de “mala nota”, y el Abogado, en su interrogatorio a la “madame”, trataba de precisar algo sobre el lugar. Le responde la interrogada:

— Sí D. Fulano, ¡es en la salita donde está el sillón rojo; se donde se sienta Vd. a esperar a que salga la Vicky…..!

¡¡¡Emilio, Leña!!! . – La anécdota ocurrió hace muchos años; es decir, “antes de lo de ahora”. Se celebraba una vista oral, en una Audiencia de Provincia. Nos imaginamos una sesión invernal; la Sala fría, con los consabidos muebles estilo “remordimiento”; sin otra calefacción que una pobre estufa, situada al fondo, y que alimentaba, con pedazos de madera, un tal Emilio, el Agente Judicial. En el banquillo de los acusados, el procesado era custodiado por dos guardias civiles, de los de antes.

En un momento dado, en el propio interrogatorio del acusado, el Presidente, que sin duda se había quedado frío, le gritó a su Agente:

— ¡¡Emilio; leña!!

Para desgracia del acusado, uno de los guardias debía de llamarse también Emilio, se puso en pié; dijo: “a sus órdenes” y “cumplió con su deber”, emprendiéndola a bofetadas con el acusado.

Otra de “enfilada”:

En una Sala Audiencia Penal, el Presidente grita al Agente Judicial, distraído en el último banco:

— ¡Diga “Audiencia Pública”!

El Procesado, que creía se dirigían a él, se puso en pié y con voz temblorosa y vacilante dijo:

— “Audiencia pública”

En una vista en una sala de Provincia, un abogado ampuloso defendía con ahínco un caso penal. Braceando y mirando al infinito, no dejaba de repetir:

— ¡El dolo!; ¿Dónde está el dolo? ¡¡¿Dónde está el dolo?!!!

Para sorpresa de todos, apareció el Agente judicial, portando una gran bola de madera, que, hasta que se desprendió de su sitio era un adorno de la barandilla de la escalera, diciendo:

— Aquí está “el bolo”….

También de vista oral, en la Audiencia, en un momento dado, el Presidente, hombre meticuloso y a veces impertinente, que tenía la manía de hacer siempre la última pregunta, dice al testigo, como si pusiera en duda lo que acababa de declarar:

— ¿Es cierto eso que ha dicho Vd. de que tal y tal y cual….? Respondió:

— ¡Tan cierto, como que están Vds. tres, detrás de ese mostrador! (refiriéndose, naturalmente, al estrado).

Esta anécdota se publicó, hace muchos años, en el Boletín del Colegio. Se estaba celebrando una vista por lesiones ocasionadas por una pedrada. El defensor, hombre farragoso y ampuloso, trataba de jugar con la duda de quien había lanzado el objeto dañoso, “….Y la duda que esta defensa plantea al Tribunal, es la duda que nos ha de llevar a la sentencia absolutoria que solicitamos, puesto que, a la hora de materializar la autoría del hecho, siempre habremos de preguntarnos: ¡¡¿Quién tiró la piedra?!!…””

Desde el fondo de la Sala, una voz profunda clamó:

— ¡¡¡El aldeano!!!

El Presidente trató de localizar inútilmente al autor de la imprecación, y ordenó desalojar la Sala. (Se dice que el autor fue un conocido abogado, que estaba en los bancos, como espectador, y no pudo reprimirse).

Hace años, en la A.P. de Zaragoza, se interroga a un testigo:

— Capador, para servirles

— Muchas gracias; ¡la Sala no necesita de sus servicios…!

“ El condenado”, por el “acusado”. Se han dado casos de anticipaciones del fallo: En una Sala de Audiencia, y al empezar el juicio, el magistrado gritó al Agente:

— ¡Que pase el condenado!

Ahora un caso de “sentencia in voce” cuando todavía no existía en nuestro derecho: El Presidente, al terminar el juicio, y para formular al acusado la pregunta ritual de si tiene algo mas que añadir a lo dicho por su defensor, se le vió el “plumero” anticipando el fallo al decir:

— ¡Levántese el “condenado”!

El abogado también puede anticipar el fallo. Y puesto que hablamos de “condenado”, nos referiremos a una vista por presunto delito de violación. Estaba declarando el reo, un soldado, que negaba los hechos e invocaba el consentimiento de la presunta ofendida, la cual, indignada, se levantó de su sitio y subiendo a estrados, le largó una monumental bofetada. El defensor se dirigió al Tribunal para que se recogiera el incidente en acta y el Presidente accedió, dictándole al Secretario:

— Sí, sí, escriba, escriiiíba….en este momento, la ofendida, justamente indignada por las mentiras e injustas valoraciones efectuadas por el acusado, se levanta de su sitio……

El abogado interrumpe, dirigiéndose a su cliente:

— Siéntate, maño, que ya estás “condenao”…

Dicen que, del mismo Magistrado que la primera de la serie anterior: informaba un Abogado defensor, y se iba alargando en su informe; advertido varias veces, e invocando éste el sagrado derecho de defensa, al final tuvo que escuchar:

— ¡Siga, siga….por cada minuto de informe le subo un grado la pena!

Creo que también se debe al mismo Magistrado o a alguno de los de su Sala. Se trataba del antiguo delito de “estupro”, y el razonamiento de la sentencia decía “no se infiere de los actos del procesado, que al expresar verbalmente a la ofendida — ábrete de piernas, que te voy a meter el plátano— deseara obsequiarle, con la fruta tropical de semejante denominación”.

Hace años, cuando estaban por aquí “los americanos”, se produjo un suceso extraño, que me ha sido relatado, por partida doble, por dos de los intervinientes, un magistrado y el propio abogado, ya fallecido. Se celebraba un juicio en la Audiencia de Zaragoza, en el que intervenía un “yanqui”, de los que entonces, estaban en la Base Aérea de Zaragoza, y se llamó al interprete que era un conocido Abogado zaragozano, para que ejerciera como tal. Este, que tenía que realizar otra gestión con otro individuo de la misma nacionalidad, tuvo la mala idea de llevarlo con él, al juicio, y lo puso de espectador, en la cuarta o quinta fila. En un momento dado, a un testigo, un fornido camionero, le preguntó el Presidente si identificaba a la persona que se sentaba en el banquillo, como autor de los hechos:

— No señor, no, el que fue es el que se sienta en aquella fila (señalando al americano en cuestión)

(Gran revuelo)

— No puede ser, no puede ser!! ¡Fíjese bien! ¿Está Vd. seguro?

— Si señor, sí, tan seguro como estamos aquí Vd. y yo….

— Acérquese, Acérquese (hacen levantar al yanqui)

— ¡¡Fíjese bien¡¡ ¿Esta Vd. seguro?

— Si, Si, ya le he dicho que sí….!

El Presidente suspendió el juicio, y acordó la práctica de una información suplementaria. Sé que el asunto acabó en la Comisión Mixta, y que intervino, al parecer, incluso, el Congreso de los Estados Unidos, y que nuestro colega zaragozano tuvo algún problema por llevar de espectador al afectado.

Es un caso de malos tratos. No hay otra prueba que la declaración de la ofendida. El Juez, después del interrogatorio de partes, se dirige personalmente al acusado.

— Vamos a ver, ¿le pegó Vd. o no le pegó Vd.?

El acusado, sin duda “aleccionado” respondió en Sala:

— Sí que le pegué, pero como no tiene testigos, que se fastidie…

Resulta habitual, en estrictos términos de defensa, el referirse a la eximente o atenuante de trastorno mental, transitorio o no. Y había un Magistrado que sostenía la tesis, un tanto simplista y bárbara, de que no conocía a ningún trastornado de estos, que se hubiese machacado jamás sus partes pudendas con una piedra. Así las cosas, cuando en vista oral y pública, algún abogado osaba invocar tal eximente, completa o incompleta, el Magistrado en cuestión hacía un gráfico e inequívoco gesto haciéndose golpear un par de veces, ambos nudillos de las manos y haciendo seguidamente un claro gesto negativo, moviendo rápidamente juntos los dedos índice y corazón. ( –No siga Vd. por ahí Sr. Letrado…)

Ahora va de veras….!

En un Juzgado de Instrucción, de una localidad pequeña, se celebraba, (antes de la existencia de los Juzgados de lo Penal, un juicio por delito “menos grave”). El Juez, un tanto informal, celebraba los juicios sin toga, y así, no la llevaba nadie, y Juez, Fiscal y Abogados, iban vestidos de calle.

Celebrándose el juicio llega el “chivatazo” de que viene una inspección de Tribunales. El Juez suspende el juicio, dejando al acusado en la Sala, y al poco tiempo, éste ve, con profunda consternación, cómo todos vuelven a sus sitios, vestidos con las togas negras. ¡Casi se muere del susto! (supongo que creyó que le condenaban a muerte).

En parecido sentido: Existe hoy un muy respetable y prestigioso Magistrado, que responde al muy inapropiado apellido de “Berdugo”. Se dice que, cuando era Juez de Instrucción, en su juzgado hubo de dictarse una “ejecutoria Sr. Berdugo”; cuya destinataria, una mujer de raza gitana, y sin conocimientos de ortografía, cuando fue notificada, casi se desmayó.

Otra de gitanos. — Antes de lo de ahora. Se celebraba un juicio contra varios gitanos. Al parecer, faltaba uno, y tras varias gestiones y llamadas, el Presidente le dice al Agente:

— Fulano, baje a la calle, y al primer gitano que encuentre, lo sube y nos lo sienta aquí.

Florilegio de Abogado galante. — De todos es sabido el mal uso de la retórica que hacemos los Abogados, al alabar hipócritamente los informes del compañero (“…..después de escuchar el brillante informe del ilustre compañero que me ha precedido en el uso de la palabra…..”) En este caso, el informe no debió ser demasiado bueno, pero si lo estaba la autora del informe, una “tía” estupenda, por lo que se nos relata. Y el Abogado, ya entrado en años y picardías, empezó:

— Después de escuchar el informe de la estupenda letrada que me ha precedido en el uso de la palabra….!

A veces, los jueces, desarrollan un humor cáustico. En un juicio de faltas, celebrado hace varios años en un Juzgado de Zaragoza (en aquellos de la calle san Andrés, donde había mucha “proximidad”, dada la pequeñez de las Salas) se llama a un testigo. Entra parsimoniosamente en la Sala un individuo de aspecto rústico, voluminoso y barrigudo, que se “planta” delante del estrado judicial, con las piernas entreabiertas para sustentar bien su peso, y sin saber que hacer con las manos, introdujo los pulgares en el cinturón.

El Juez se le quedó mirando ferozmente y le espetó:

— ¡Qué! , ¿nos va a cantar Vd. una “jotica”?

Otra “humorada judicial”: El juez se da cuenta de que el perjudicado quiere “sacar tajada” de una situación, como ocurrió en un juicio en el que se pedía una indemnización desaforada por una paralización de camión. Y se dirige al oficial, en voz alta, (naturalmente, de esto hace años) y le dice:

— Llame Vd. a Hacienda, les cuentas lo que pasa, y que te envíen la declaración de beneficios de este señor…. (la palidez cerúlea que cubrió la faz del “listo” fue muy elocuente)

Esta es más reciente: Se celebraba un juicio por lesiones de tráfico, y el perjudicado simulaba una lesión invalidante en una mano, que medio cerraba crispadamente y sostenía que era el efecto del accidente. El Juez, que sin duda, ya había sido asesorado por el forense, le interroga repetidas veces, y en un momento dado, le increpa:

— Bueno, ¿Cómo tenía Vd. la mano antes del accidente?.

Desprevenido, la respuesta fue extender normalmente la mano, y decir “¡Así!”

Recogido en uno de los antiguos Juzgados Comarcales de Zaragoza, esto es, antes de lo de ahora. Se celebraba un juicio de faltas por lesiones, y el Juez le pregunta al acusado:

— ¿Es cierto que reconoce que le dio un puñetazo al denunciante?

— No, solo fue una “hostia”; si le pego un puñetazo, lo mato.

Siguiendo con los sucedidos en Sala, hay ocasiones que el abogado evoca el “trágame tierra”, por el cómo su cliente, sin duda “debidamente” aleccionado, (eso creía el Letrado) se produce a la hora de la verdad.

Comenzamos por un caso de homicidio frustrado, por cuestiones de riego. El abogado ha prevenido a su cliente para que, cuando le pregunte el Fiscal, diga que cuando estaba regando se le vino el otro encima, y tuvo que apartarlo con el mango del azadón que portaba. Efectivamente, pregunta el Fiscal:

— ¿Por qué le pegó Vd. a fulano con el mango del
azadón?

— ¿Yo? ¡”P´a habelo muerto” si hubiera podido!” (Tráete el discurso aprendido de memoria para esto…)

Siguiendo esta línea de manifestaciones espontáneas, asistí, hace bastantes años, a un juicio de faltas, por amenazas, en el que el denunciado negaba obstinadamente haber amenazado a su vecino. Hasta que, a preguntas del Letrado del denunciante, se fue “calentando” hasta que gritó:

— ¡Todo eso son mentiras, y si vuelve a meterse conmigo le “escacharé” la cabeza…!

Otro juicio de faltas, esperpéntico, por riña vecinal. El portal estaba en obras, y el dueño de un comercio de la planta baja, hombre pequeñito y de voz aflautada, se había enfrentado a los operarios que trataban de introducir una viga de obra en el portal. Sin perjuicio de que la Presidente de la Comunidad, en su declaración, imitaba la voz aflautada del otro al referirse a él, lo que, por si solo, ya provocaba la hilaridad de los presentes; al declarar uno de los obreros, y ser preguntado, qué había pasado respondió:

— Pues nada; que primero la metimos y luego la tuvimos que sacar…(se refería a la viga de obra, naturalmente).

A veces, al Juez se le sale del alma su espontáneo sentir. Declaraba un justiciable:

— …Y entonces, el guardia empezó a pedirme todos los papeles del coche, los seguros, a mirarme las lámparas de repuesto, los chalecos, los neumáticos, los gases del tubo de escape y acabó poniéndome seis multas.

(Le interrumpe el Juez) –Jo! ¡Qué cabrón!

Ocurrió hace varios años, cuando los operarios de telefónica, subidos en una escalera, trabajaban en el cajetín “ad hoc” colocado a la altura del primer piso. Recordemos que en el trabajo se utilizaba plomo derretido que el operario contenía en un cacillo. Debido a un incidente ocurrido en semejante operación, se celebraba un juicio de faltas por blasfemias, en el que, interrogado el denunciado por el Ministerio Fiscal,

— ¿Que es lo que dijo Vd. cuando su compañero le dejo caer encima el plomo derretido? ¿No es cierto que mencionó Vd. el nombre de Dios?

— Si, es cierto, dije ¡Por Dios, Manolo, no me eches plomo derretido en la cabeza….!!

(Por cierto que el Juez, por cierto, hombre conocido por su religiosidad extrema, no pudo reprimir la risa, y se tuvo que tapar la cara con los autos).

Cuando no se tiene nada qué decir, en defensa de lo indefendible, se nos pueden ocurrir argumentos pintorescos: se trataba de un simple alcanzamiento por detrás, ante un semáforo en rojo o stop, da lo mismo. El hecho es que, ante la lógica petición condenatoria por parte del fiscal y acusación, el defensor (compañero con gran sentido del humor) espetó:

— Por la defensa se solicita la libre absolución, porque, como conocida doctrina sostiene, tan culpable es el “dante” como el “tomante”.

— ¡Venga hombre….! repuso el Juez.

II.— De la instrucción y otras actuaciones judiciales.

Hemos de referirnos, por antigüedad, a una anécdota no vivida, y que nos contó un abogado, ya fallecido, como ocurrida en tiempos de la 2ª República. Se había producido un expolio sacrílego en una Iglesia, en la que habían robado unos vasos sagrados, esparciendo por el suelo las “Sagradas Formas”. El Juez, sin duda bisoño y formalista, interpretó a su modo las normas procedimentales, y pidió un sobre en el que introdujo personalmente las Sagradas Formas recogidas del suelo, y tras cerrarlo con el consabido “lametón”, dictó una providencia en estos o parecidos términos: “únanse los efectos al sumario de su razón, y requiérase al Obispado, para que designe tres peritos a fin de que dictaminen sobre si están o no consagradas” (Naturalmente, la profanación la entendía, según el tipo legal vigente, si se había producido efectivamente, sobre el Santísimo Sacramento).

Y puesto que hablamos de “piezas de convicción”, hace años se tramitó en nuestra ciudad un sumario por usurpación de patentes y marcas, fruto de una dura competencia entre dos fábricas de camiones que existían en Zaragoza. Concretamente se trataba de un voluminoso y pesado eje de camión. El Juez, “nuevo en esta plaza” no se debió reparar en ello y dictó una providencia ordenando unir a los autos “en cuerda floja” la pieza de convicción. Los funcionarios de aquel Juzgado, entonces jóvenes, socarrones y humoristas, se apresuraron a cumplir el mandato judicial, depositando en el Patio de los Juzgados el voluminoso eje, y lanzando, desde la planta cuarta, la cuerdecilla o liza con la que, entonces, se ataban los autos, con sus piezas separadas, tuvieron depositado el sumario, durante varias semanas, en el alfeizar de la ventana, hasta que pudo darse cuenta el Juez.

Y ya que hablamos de funcionarios, en un Juzgado de Zaragoza, había uno, ya jubilado hace años, quien mantenía (lo presencié personalmente) una discusión con una persona que había sido parte, como perjudicado, en un Juicio de faltas. Aclaremos que los perjuicios consistían, exclusivamente, en el anagrama de un “seat 600”, que costaba entonces la suma de 56 pts., esto es, hoy poco más de treinta céntimos de euro (en aquellos tiempos tampoco era una suma demasiado importante). Y estamos hablando de hace muchos años, cuando todavía eran obligatorias las pólizas de la Mutualidad Judicial y el dinero se abonaba en efectivo.

La conversación ya tomaba un cariz agrio:

— He venido ya antes cuatro veces; una para declarar, otra para citarme a juicio; otra para el juicio, otra para notificarme la sentencia, y ahora, ¿para qué?

— Es que tenemos que cumplir la sentencia, y pagarle a Vd. las 56 pts……

— Mas me cuesta a mi todo el tiempo que he tenido que perder, y me “fastidio” en las 56 pts……. etc, etc.

— Es que Vd. como ciudadano, tiene obligación de colaborar con la Justicia, como yo, como funcionario, tengo obligación de hacer cumplimentar todos los trámites para poder archivar el juicio….

— Pues vengan las 56 pts. de una puñetera vez, y que no me hagan perder mas tiempo y que sea la última vez que me molestan con esta tontada.

— Bueno, pues aquí tiene 21 pts.; que le tengo que descontar 35 pts. de la póliza de Mutualidad Judicial….

— ¡¡¡………..!!! (los juramentos se oyeron en el despacho del Juez).

Otra, de la antigua Ley de enjuiciamiento civil, cuando las pruebas se efectuaban delante de la maquina de escribir del funcionario. El abogado, bisoño él, había dado instrucciones a su cliente sobre que, si no veía claro lo que se le preguntare, contestase que “lo ignora”. Sin duda el cliente se pasó, pues, a la primera , “diga su nombre y dirección” contestó:

— Ignoro todo cuanto se me pregunte

Otro funcionario, también ya jubilado, hace años, tozudo y contumaz él, y dado a la bronca con los administrados, a veces, como la presente, sin pizca de razón. En la ocasión que relato, estaba discutiendo con un justiciable, negándole el derecho a leer el acta antes de firmarla. La persona en cuestión tenía cierta formación, y no se dejó intimidar, hasta que tuvo que intervenir el Sr. Secretario para poner orden. Lo peor vino después. El “humillado” funcionario se dirigió al interesado y le espetó:

— Pues ahora, no le dejo apelar….!

Puesto que nos hemos metido en la oficina judicial, recogemos algunas:

Visto en una portada de carpeta de unas diligencias, en un Juzgado de Zaragoza. Interesado “XXX” ; En calidad de “cadáver”

Y es que los cadáveres conservan, al parecer, en casos como éste su personalidad jurídica. En un Juzgado Militar, en auto de archivo por fallecimiento del conductor causante de su propia muerte, decía, notifíquese el auto al Fiscal Jurídico Militar. Notifíquese al capitán fallecido D. Fulano de tal….” (Sería una notificación “en sarcófagos” similar a la de “en estrados”)

Seguimos con expresiones recogidas en la oficina judicial.

— ¿Estado? (se recogen, respuestas como “civil”; “Monzalbarba” o “de seis meses” esta última en caso de embarazo de la declarante)
— ¿Naturaleza? (“buena” “simpática” “amable”….)
— ¿Edad? — “Media”
— ¿Profesión? “Mi sexo” (proferida por una señora de su casa)

¿Nombre del Padre? (Santiguándose) “…..del Hijo y del Espíritu Santo”

(También hemos detectado, al “puede Vd. retirarse,” en alguna ocasión, respuesta con un amago de genuflexión y santiguándose igualmente)

Hemos oído otras pintorescas respuestas. Al Juez –

— “Sí, Majestad” o –“Sí, padre”

O un Juez a uno que entra mascando chicle ”“¡¡A rumiar al pesebre!!

A pregunta sobre la presencia en el lugar de los hechos, contesta el preguntado:

— Fui a acompañar a mi padre, porque mi padre es mayor que yo.

Otro. Pregunta del defensor:

— ¿Es cierto que “fulano” le dejó voluntariamente la moto al dicente?

— Yo no conozco a ningún “Vicente”

En una colisión de vehículos, por alcanzamiento. Pregunta el Juez

— ¿Es vd. el que estaba detenido?

— ¡Le juro por Dios, Sr. Juez, que no he estado “detenido” en mi vida!

En otro juicio: ¿— Viene Vd. con Letrado?

— Aquí está (exhibiendo la papeleta de citación)

Y otro¿Dónde recibió Vd. el golpe?

— Con la “marabunta” que había, recibí golpes por todas partes.

(Recordamos también el tema de “la refriega”, pero como es ajeno, aunque conocido, lo dejamos pasar)

El cuerpo del delito: Ocurrió en los antiguos Juzgados de San Andrés, cuyas salas eran pequeñas y la proximidad de los participantes, mucha. Se juzgaba un problema de coacciones o maltrato de animales, no se sabe, pues el objeto de la denuncia era que la vecina de arriba, al que no le gustaba el gato del de abajo, le arrojaba al patio, sardinas ensartadas en alfileres. En el juicio, el denunciante portaba un pequeño bulto en la mano, que un Abogado conocido, y chusco, lo adivinó como el “cuerpo del delito” y le dice, desde atrás:

— Enséñeselo a la Juez; enséñeselo a la Señora Juez….

Y el otro avanza al estrado destapando la asquerosa sardina (suponemos sería reciente, no de fecha de la denuncia) con los alfileres..

— ¡Llévese eso de aquiiiiii!!

En un juicio de faltas pregunta el Letrado:

— ¿Es cierto que sufre Vd. algunas patologías psiquiátricas?

— Si, las tengo aquí, en el bolsillo….

Un abogado, ya fallecido, tenía un cáustico sentido del humor. Estábamos en un juicio de faltas, y algunos abogados esperando a que nos llegase el turno, y en tales circunstancias, se produjo que uno de los justiciables que acababa de declarar, se removía inquieto en su banco, haciendo evidentes gestos de disconformidad y disgusto, con lo que su contrario decía, y nuestro abogado, que estaba sentado detrás, no se pudo reprimir y en voz baja le susurró:

— No se aguante; proteste…

El otro se levanta y grita al Juez:

— ¡¡¡Protesto!!!

El Juez le expulso violentamente de la Sala, y nuestro abogado se escurrió sigilosamente para evitar su encuentro.

Pese al doble y jocoso sentido, la terminología legal sigue hablando de “las partes” en el proceso, en redacciones tales como “finado el acto, firma S.Sª con las partes y otras lindezas similares. En este caso, se trataba de la identificación de un testigo, y el Magistrado le interpela:

— Suba al estrado, para que le vean las partes….!

También, sobre lo mismo, lo que le ocurrió a un conocido abogado ante una Juez, en un determinado pueblo de la provincia, la que, antes de empezar el juicio pregunta a cada abogado si había venido su parte. Al Letrado se le “cruzaron los cables” y respondió:

— “Mis partes están ahí abajo”

La Juez se puso muy colorada, y el abogado también.

En este mismo orden de cosas, recordamos cuando en la antigua Ley se decía que se “excitará el celo del Ministerio Fiscal”, o lo de que “elévese la pieza a la superioridad”.

III.— Sucedidos de Abogados, dentro o fuera de sus despachos.

Algunos abogados tenemos la mala costumbre de trabajar los domingos por la tarde. Sin duda es el único momento de la semana, salvo los de trasnochada “fin de plazo”, en que nos podemos concentrar en nuestro trabajo sin que nadie nos interrumpa. Pues bien, un abogado estaba una tarde dominguera preparando un asunto, y como necesitaba un dato, se le ocurrió llamar al cliente para que se lo facilitara (NOTA: no es recomendable tal cosa, para los que trabajamos en domingo, porque si el cliente se percata de tal cosa, nos llamará el domingo para cualquier cosa que se le ocurra).

Resulta que en aquella época, había un programa concurso televisivo, de gran audiencia, a cargo de una conocida “Show— Woman” y cantante italiana, cuya “gracia” estaba en que el concursante llamado, para optar al premio tenia que contestar al teléfono con la expresión “Hola, Rafaela”.

Nuestro abogado llama al cliente, y cuando éste contesta lo hace diciendo “Hola, Rafaela”……(¡!). Completamente cortado, no se atrevió a aclarar el equivoco y colgó. Suponemos se inventaría el dato o lo dejaría para el día siguiente.

La terminología forense, que nos es familiar, puede crear grandes confusiones en el usuario. Suena, en el despacho, una llamada telefónica.

— ¿Es el “abogao”?
¿….?
— Soy el del accidente…..
¿….?
— Si, sí, ¡cual va a ser! el que nos “peguemos” con los coches.

— Por favor, dígame cómo se llama y de qué Compañía de seguros es Vd, para poder localizar el asunto….

— Vale, me llamo tal y cual y mi compañía es X…

— Localizado, ¿qué es lo que desea?

— Que cómo va mi asunto…

— No puedo informarle en este momento, porque todavía tengo que ver los autos..

— El mío lo puede ver cuando quiera. Está en talleres La Chapa….

Otro, también sobre terminología forense: Se presenta en el despacho un hombre consternado: estaba sumamente preocupado con una cédula de citación que había recibido del Juzgado, y venía para informarse de lo que tenía que hacer. La cédula, de lo mas “normalita”, solo decía que “comparecerá ante este Juzgado, en el día y hora señalados, para la práctica de una diligencia”. El abogado le aclara:

— Nada hombre, vaya ese día y hora al Juzgado, que le atenderán, y, con lo que sea, me llama y me lo cuenta.

— ¿Pero no va a venir nadie conmigo?

— Bueno, Tengo un juicio a la misma hora, pero si puedo, le acompañaré, al menos para presentarle al funcionario, pero ya le digo, no tiene importancia….

— Es que ¿sabe Vd.? yo no he “practicao” nunca con una “diligencia” (Estaba imaginándose, sin duda, una extraña reconstrucción de hechos, con el carruaje de semejante denominación).

Un veterano penalista, contaba que apareció en su despacho la madre de un conocido delincuente, que había detenido la policía.

— Vengo a que pida Vd. que a mi hijo “le echen las habas” (al final, el abogado pudo entender que se refería al “habeas corpus”. También, sobre el mismo tema, se conoce el caso de pedir que le hagan el “corpus christi”)

En el despacho de un conocido abogado zaragozano se presentó un cliente, pirenaico él, ya mayor y de los últimos que han vestido el traje típico del pirineo; botas, calzón, pantalón corto, faja, chaleco, chaquetilla, pañuelo y el pequeño sombrero. Dio la circunstancia de que abrió la puerta una colaboradora de nuestro abogado, de nacionalidad extrajera y que acudía al despacho para dar al principal clases particulares de inglés. Abrió, y, sorprendida, dejó al cliente en la puerta y entró corriendo en el despacho: ¡Don Fulano, Don Fulano, hay un “señor” vestido de “pirrata” que pregunta por Vd…..!

En tiempos todavía no lejanos, era usual que el Abogado tuviera el despacho en su propia casa, lo cual, amen de la ventaja de poder recibir a los cliente en batín, cosa ahora insólita, tenia el inconveniente de ser presa fácil del cliente en horas intempestivas. La señora de la casa, da recomendaciones a la nueva “mandadera”: — Los martes limpiará Vd. el “bufete” del Señor…..

— Anda y que se lo limpie su madre, o el San Pancracio, con una carda…!

Se dice que un abogado, solicitó en su día ante la Audiencia Provincial de Zaragoza, en un caso penal, una extraña prueba pericial, para que dictaminara como experto en psiquiatría, un tal Dr. Sigmund Freud, con domicilio en la calle Aitor Tilla, de la localidad. El caso es que se declaró pertinente, y existen diligencias del Agente judicial, de no encontrarse la calle Aitor Tilla en la Ciudad, y también hay constancia de que finalmente, al darse cuenta la Sala de la broma, hubo incluso deducción de testimonio y denuncia al Colegio de Abogados.

Un veterano y competentísimo letrado, ya fallecido, deambulaba por los pasillos del Juzgado, y oyó, a su espalda, terribles imprecaciones y gravísimos insultos, dedicados a su persona. Se volvió y, muy digno y sereno preguntó al insultador:

— ¿He sido su abogado, o he sido el contrario?

— ¡Que va a ser Vd. mi abogado; el del otro, que bien me j…el otro día en un juicio…!

— Ah, bueno, entonces, ¡muchas gracias por sus alabanzas!

También de “contrarios”. Un abogado toma un taxi, y el taxista comienza a dar vueltas injustificadas, tomando distintas calles para ir a un destino, fácil en línea recta. Espeta al taxista,

— Oiga, ¿por qué da tantas vueltas? ¡me está mareando!

— ¡Mas me mareó Vd. en el juicio del otro día en el juicio…..! (evidentemente, se trataba de un contrario).

La siguiente, no es de abogacía ni juzgados. Es una deliciosa anécdota universitaria. El catedrático, (que lo ha sido de muchas generaciones de juristas de nuestra ciudad) hace años jubilado, puso un caso práctico de derecho penal, en los siguientes términos: una mujer soltera, a punto de dar a luz, se introduce en un retrete público y allí da a luz un bebé al que para deshacerse de él arroja al servicio. (Se decía, “para ocultar su deshonra”, eran, evidentemente, otros tiempos) Pide a un alumno que exponga su calificación de los hechos, y el alumno (sin duda poco estudioso), un poco perplejo se atreve a preguntar:

— El niño, ¿era muy pequeño?

— Si, naturalmente hombre, un feto de término…..

— Y ¿lo tira por la taza del Water?

— Si, hombre, sí, ya se lo he dicho.
Contestó triunfalmente el alumno:
— ¡¡¡Corrupción de menores!!!

Otro “enterao”:

Hace bastante tiempo, se tiene constancia de que había un abogado, hombre de pueblo, que, por “controlar” a su hijo, que era incansable repetidor y dilapidador del patrimonio familiar, y que se pegaba en Zaragoza la vida padre, se vino a Zaragoza y se matriculó en la Facultad de Derecho. Se dice que llegó a terminar la carrera (el padre; que del hijo no se sabe nada) y que, incluso, llegó a matricularse en el Colegio para ejercer la profesión.

Lo malo es que, por lo que se dice (entonces aprobar debía ser mas fácil que ahora) no había asimilado demasiado lo estudiado. Por lo visto, no llevaba mas que los turnos de oficio que le correspondían (el turno de oficio era entonces obligatorio para todos) y, si sería escandalosamente desacertado en sus intervenciones, que la Sala acordaba siempre celebrar las vistas a puerta cerrada, auque se tratase de un simple hurto. En tal línea, se cuenta que un buen día se le ocurrió, como argumento de defensa, invocar la falta de jurisdicción de la Sala de lo penal, en un delito cualquiera, argumentando que su cliente estaba bautizado; y que según el Derecho Canónico, las causas entre bautizados son de la competencia de la Iglesia Católica.

La ley del embudo: Había un magistrado fanático de la puntualidad. Hasta el punto que, llegar un minuto tarde al señalamiento, supone encontrarse la puerta cerrada y sin posibilidad de intervenir. Se cuenta que un abogado se dirigía, en coche, al Juzgado, para celebrar un juicio ante él. Llovía intensamente y, al pasar por una parada de autobús, advirtió la presencia del Magistrado en cuestión, que estaba allí esperando. Sin duda aquel día hubiera sido el Magistrado el que llegase tarde, pero nuestro Abogado paró, le invitó a subir, y lo llevó al Juzgado, donde se apeó en la puerta del Parking. El abogado bajó al parking pero con la mala suerte de que estaba averiada la barrera de acceso, perdió unos minutos, y como consecuencia llegó 3 ó 4 minutos tarde al juicio. Pese a que se había despedido del Magistrado unos minutos antes, y sabía perfectamente que iba actuar ante él y donde le había dejado, se encontró con la puerta cerrada. Y no pudo actuar. (Vaya esta triste anécdota, por las veces que los Letrados perdemos horas de espera en las antesalas de los Juzgados).

¡Empiezas bien, chaval!: Se trata del primer escrito de defensa que formulaba un abogado principiante. Escribió: “… A LA PRIMERA.— El Fiscal miente….”

Otra de principiante: En el despacho importante, (hace ya años) donde convivían varios veteranos y resabiados pasantes, cae un neófito, inexperto y un tanto cándido, y en el primer asunto que le cae, de turno, les consulta: Se trataba de un delincuente vulgar al que sorprende la policía in fraganti, arrancando de la pared una máquina, de aquellas que había, expendedoras de chicle, y que al ver a la “poli” había intentado ocultar aquello con una gabardina… ¿Cómo orientar y su defensa?. Uno de aquellos le espeta:

— ¿Le sorprendieron, dices, tapando el cuerpo del delito con una gabardina?

— Sí, eso…

— Lo tienes claro, dices que es el “encubridor”, que tiene la pena en dos grados menos que en el delito consumado.(se trataba del artículo 54 del viejo código penal de 1.945, cuyo texto refundido de 1973 fue derogado por el código “de la democracia”, de 23/11/95)

Lo malo es que se lo creyó, y menos mal que los colegas le sacaron de su error antes de que lo consumara.

Políticamente incorrecto: Todavía recordamos la presencia, entre nosotros, de un abogado de raza negra, ya fallecido; y la verdad, es que tenía bastante sentido del humor, incluso para sugerir que se iba a hacer una toga blanca, y también aguante para los brotes espontáneos “coloristas”; pero aquel día fue el record: Nos encontrábamos, con el referido, unos cuantos de los habituales, en corredor del piso primero del patio de la Audiencia, justo a la entrada de una de las secciones, esperando, cada uno, su turno, pues, como de costumbre, las cosas iban como siempre y el horario se había retrasado notablemente. Era el mes de julio, y hacía bastante calor. Hasta que uno de ellos, miró el reloj, y quejándose de impaciencia, dijo:

— ¡Estoy negro!
Al darse cuenta balbució alguna excusa, bien acogida, como siempre, por el interesado, ya acostumbrado a estos incidentes. No obstante, la demora seguía y el calor aumentaba, bien concentrado dentro de nuestras togas, tal es así que, otro del grupo se expresó:
— ¡Estoy sudando como un negro!
Nuevas excusas, y “cachondeo” hasta que aparece otro en escena, al que, en un aparte, le contamos los graciosos incidentes anteriores, provocando su hilaridad. Pero lo malo es que, siguiendo el calor, y lo peor, el retraso en el “caldeado” pasillo, al último incorporado se le escapó la expresión de su disgusto e indignación con un:
— ¡¡Esto es una merienda de negros!!!
Ante lo cual, todos los presentes, compañero negro incluido, rompimos en una buena carcajada.

IV.— Conceptos técnico-jurídicos:

— Es que no me conformo con el valor “renal” (y es que la reparación costaba un riñón) Otros se refieren al valor “venial”.
Sobre lo mismo: un lesionado por accidente de tráfico, le pregunta a su abogado. ¿a cuanto están las “chicuelas” en el “barómetro”, para decírselo a su hermana que es su “tramitaria”. (Eso se llama “oír campanas…..”)
Se discute la procedencia de una prueba médica en relación con el accidente.

— ¿Es cierto que las pruebas realizadas en relación con el “edema opaco”, nada tienen que ver con su esguince cervical que sufrió en el accidente?

— ¡Si, sí, es cierto….lo del “Paco” fue una cosa del intestino…

“Caso omiso”. Esta “perla” no es judicial, sino contenida en una instancia administrativa. Se quejaba un practicante de pueblo, sobre la actitud, sin duda disconforme, del médico de la localidad sobre su persona. Después de exponer sus “cargos” a la superioridad, a la hora de “suplicar” puso textualmente “haga caso omiso de lo que en este escrito se contiene”.

A la salida de un juicio de faltas, pregunta el justiciable:
— ¿He salido “absoluto”?

Otros conceptos oídos y recogidos han sido:

Me he lesionado “la espina de Orsal”.
He sufrido un “eslince” o (un “esfinge”).
Me lo han declarado “siniestro” (por siniestro total).
Para poderse intoxicar tenia que haber ingerido una cantidad “indigente” del producto en cuestión”.
— Se oyó un ruido “sepulcral”.
— Tengo que hacer unos “poderíos”.
— Hay que proceder a la “eyaculacion” de peritos.
— Si la sentencia sale mal, Vd. la “repela”.
— Me da igual que me embarguen; soy “absorbente” (por insolvente).
— Nombre “artístico” Gruas Vado (nombre comercial).
— Vengo a recoger el “benedicto” (por veredicto).
— El golpe se produjo en la “circuncisión”
(por intersección) de la calle tal con la calle cual.
— Chocaron por no respetar el “estor” (por stop).
— El coche le “intercedía” el paso (por interceptaba).
— Me pusieron un abogado de “oficio”, no de carrera.
— Lo tasaron los “periquitos” de la compañía de seguros (también se ha oído “el periquito” por el recibo finiquito).
— Por no darle al “transmitente”.
me “dieron por detrás”.
— Soy tan amigo que me “titubeo” con él.
— Construyó una “fosa óptica” (por séptica)
junto a mi propiedad.
— Me rozó con el espejo “televisor”
(también “reprevisor”).
— A mi me han quedado “reliquias”
(También por secuelas).
— Es que reclamo el lucro “Zidane” (por cesante).
— Al llegar al cruce hizo un “esguince” para esquivar al otro coche.
— Aquello llegó a una situación “limítrofe”.
— Tengo aquí mis testigos “de cuerpo presente”.

Otros conceptos oídos y recogidos han sido:

En los años ochenta, había un Juez en un Juzgado de nuestra provincia, que presumía de demócrata pese a su despotismo en sala, y que ahora ya anda por las alturas. De por aquellos tiempos hay una sentencia inefable. Y es que un buen día un conocido, muy irritado, me trae una sentencia digna de atención: Con motivo de unos insultos recibidos por parte de una vecina interpone denuncia, y la resolución absolutoria tiene el siguiente texto: “…los hechos que se valoran no se desprende que exista un ánimo de injuriar ni vejar por parte de XXX al citado YYY, porque siendo este todavía joven estará acostumbrado al saludo cariñoso de “ola cabrón” (sin “h” el hola), que si se le dijera a un extranjero no lo entendería por ser otra la realidad social a la que está acostumbrado, pero tristemente estas frases han dejado de tener su significado real y siendo, a veces, como decimos, hasta expresión de un saludo cariñoso y como lo únicamente probado son las expresiones de falso y gabacho de carácter todavía inferior es claro que no se puede considerar como una acción de maltratar de palabra del art….”

(Cuando el afectado me preguntaba ¿qué hago yo ahora con esto? no pude reprimirme y le dije que se fuera directamente al Juzgado, se metiera en el despacho del Juez y le espetara “Hola cabrón….” a modo de saludo. Claro que no me debió hacer caso, porque no tuve que defenderle del delito de desacato).

También por los años ochenta, se produjo una interesante resolución producida en un Juzgado pirenaico, con motivo de un incidente festivo, al producirse un golpe por parte del toro de fuego llevado por su portor, contra un espectador que, luego, agredió al del toro, derribándolo por los suelos, y también a un Guardia Civil de servicio que intervino al efecto. Y es que “….no procede otra cosa que decretar la prisión provisional comunicada y sin fianza contra XXX ya que en cuenta a antecedentes de hecho es norma en A. del P. abofetear a la Guardia Civil en fiestas; se ha producido alarma social debido al numeroso público que presencia los hechos y en cuanto a la frecuencia de lo acaecido nos remitimos al archivo de este Juzgado acreditativo que en A. del P. siempre está(n) ocurriendo los veranos cosas como esta….”

Por lo esperpéntico, no queremos dejar de referir un tema de injurias a un árbitro de futbol, sin duda filón de gran inspiración de denuestos, pero este es “para nota”:
— ¡Arbitro hijo de p… ¡; ¡que te has hecho el “uniforme” con la sotana de tu padre!” (Esto era de cuando los árbitros de futbol vestían de negro, de esto ya hace años).