Carlos de Francia Blázquez. Abogado.
A comienzos del mes de marzo, el Consistorio zaragozano decidió retirar los nombres que reciben las calles Miguel Allué, Gonzalo Calamita, Rudesindo Nasarre y Antonio de Gregorio, para sustituirlos por los de Lola de Ávila, Martina Bescós, Juana Vicenta Arnal y Ángela García.
De nuevo, al albur de una desdichada ley parcial, bajo el fantasma del espíritu de revancha, una mayoría política municipal de artificio, ignorante de la historia y pletórica de resentimiento, ofende gravemente a quienes, como aragoneses ilustres y zaragozanos de pro, ofrecieron su esfuerzo, su vida y sacrificios en favor de la ciencia y del bienestar de sus semejantes.
De nuevo se pretende borrar de un plumazo la auténtica memoria histórica.
Bien es cierto que las señoras propuestas como sustitutas en el nomenclátor callejero cuentan con suficientes méritos para que se les dedique una calle, plaza u otro espacio urbano de nueva apertura, pero no es admisible esta pretendida sustitución, tan torpe como precipitada, que lleva consigo la omisión y el olvido de muy ilustres aragoneses.
No ignoramos que Lola de Ávila es maestra de danza y una bailarina y coreógrafa de fama internacional; que Martina Bescós fue la primera cardióloga española y fundadora de la Sociedad Aragonesa de Cardiología; que Vicenta Arnal fue asimismo la primera doctora en ciencias químicas de España; y que Ángeles García fue también la primera catedrática de Instituto de la asignatura de física y química de nuestro país.
Ahora bien, las personas que actualmente dan nombre a las calles cuyas referencias se desean sustituir, son como mínimo tan dignas de recuerdo, consideración y reconocimiento como las que se postulan para sustituirles, a lo que hay que añadir que, además y entre otras razones, fue el mismo Ayuntamiento quien en su día les concedió la Medalla de Oro y nombró a uno de ellos Hijo Adoptivo y a otro Regidor Honorario Perpetuo de Zaragoza.
Cuando uno repasa las biografías de estos tres personajes aragoneses (Calamita lo fue por adopción y de Nasarre no tenemos información suficiente), no puede por menos que sentir hondo pesar por el hecho de que, de una manera tan sorpresiva, se intente ocultar y arrojar de la historia su decisiva y apasionada contribución al progreso de Aragón y, en particular, de Zaragoza.
Miguel Allué fue nombrado Alcalde con el voto unánime de todos los concejales en enero de 1927 y, años más tarde, presidente de la Diputación Provincial. Solventó, junto con el arquitecto Teodoro Ríos, la progresiva ruina que, durante su mandato en la Alcaldía, apareció en las columnas que sustentan la bóveda del templo del Pilar. Como consecuencia de sus desvelos, se restauró y se conserva hoy día la casa natal de Goya, en Fuendetodos, hasta entonces prácticamente abandonada.
Pero sobre todo –en palabras de su discípulo Jesús Navarro– se deben resaltar sus inolvidables lecciones como catedrático de literatura en los Institutos zaragozanos, transidas de calidad, humanismo, claridad y elocuencia; su intenso amor a la belleza literaria y su paternal sentido de la tutela y del consejo
Por todo ello se le rindió homenaje, en el año 1957, tanto por el Ayuntamiento regido entonces por Luis Gómez Laguna, como por la Diputación Provincial, Universidad, Asociación de la Prensa y compañeros y discípulos, entre ellos y muy activamente Guillermo Fatás. En discurso de agradecimiento, Allué recordó que antes de que dejara el bastón de Alcalde en el joyero de la Virgen del Pilar, la Corporación municipal le había honrado con la Medalla de Oro de la ciudad y el nombramiento de Regidor Honorario Perpetuo.
Gonzalo Calamita nació en Villaviciosa de Odón (Madrid), pero desde que obtuvo la cátedra de química orgánica de la Facultad de Ciencias de Zaragoza, en abril de 1897, se convirtió en aragonés y en Zaragoza falleció en febrero de 1945 (ya se ha expuesto antes su nombramiento de hijo adoptivo de esta ciudad).
Zaragoza –decía su biógrafo Sr. Bernal– entró en él y también él en Zaragoza, de tal forma que su figura se popularizó y todos los organismos aragoneses requerían su colaboración. De visión realista y con aires de innovación, contribuyó poderosamente a mejorar la estructura de su Facultad. Orientó sus conocimientos no solo a la enseñanza e investigación sino también al ámbito industrial, en lo que se puede considerar precedente de la colaboración Universidad-Empresa ; y así, dirigió sucesivamente varias fábricas de actividad relacionada con la química, entre ellas la Industrial Química, las Azucareras del Gállego y del Pilar y los Talleres Mercier, S.A.
Decano de la Facultad de Ciencias y después Rector de la Universidad, este personaje, que tanto contribuyó al mejor servicio de Zaragoza y Aragón , fue nombrado por el Ayuntamiento Hijo Adoptivo de la ciudad y distinguido por el Estado con la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio.
En el año 1896, La Universidad de Zaragoza concede al joven científico De Gregorio Rocasolano una pensión para trabajar en París, al lado del profesor Kaisser, en el laboratorio de fermentación, materia sobre la que versó su tesis doctoral un año después. Cinco años más tarde gana la cátedra de química general de la Universidad de Barcelona, de la que, por permuta, pasa a la Universidad de Zaragoza, su tierra, donde quiere vivir y trabajar.
Ya en la cátedra, dedica parte de su tiempo a escribir y publica la archiconocida Química General que sirvió durante muchos años de texto en las distintas Facultades. Sus investigaciones en el campo de la bioquímica, cuyos resultados son publicados en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural, le valieron el reconocimiento expreso del Estado, contenido en la Orden de junio de 1918. Y fue el propio Ayuntamiento de Zaragoza quien le concede una subvención para modernización su laboratorio, dotándolo de los aparatos que precisaba en orden a facilitar su trabajo.
De Gregorio Rocasolano es invitado a pronunciar conferencias en las Universidades de Tolouse y Montpellier, a raíz de lo cual es nombrado doctor “honoris causa“ de esta última y el Ayuntamiento de Zaragoza, en reconocimiento de sus múltiples méritos, le concede la Medalla de Oro de la ciudad. Además de estas distinciones, no pueden silenciarse sus nombramiento como rector de la Universidad, Delegado Regio de la Confederación Hidrográfica del Ebro y Vicepresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Pues bien, estos tres personajes ¿son acaso culpables de haber nacido en las postrimerías del siglo XIX y por ende haber desarrollado su actividad en el transcurso de dos dictaduras?. ¿Deberían haberse suicidado por ello?. ¿Alguien duda de que la labor de estudio, investigación y enseñanza no tiene nada que ver con el activismo político?
Se nos antoja extraño y espurio el criterio de un Ayuntamiento que, contradiciendo frontalmente sus propios actos, acuerda omitir a tres preclaros personajes a quienes distinguió con la Medalla de Oro y los títulos de Hijo Adoptivo y Regidor Honorario Perpetuo de la ciudad.
Como aragonés de siempre y vecino de Zaragoza desde hace más de medio siglo, me duele y avergüenza el acuerdo de estos munícipes. Y espero –probablemente en vano– que alguien o algo les detenga a tiempo. A la vez abogo porque se reconozcan adecuadamente los méritos de las cuatro señoras que se postulan como sustitutas en la denominación de las precitadas calles.
Porque no parece de recibo desvestir a unos santos para vestir a otros. Lo más natural, justo y deseable es que todos los santos, al menos, permanezcan vestidos.
Zaragoza, marzo de 2018.