Excursión con raquetas al Ibón de Estanés desde Sansanet

Javier Valero

Desde estas líneas trataré de dar respuesta, lo más dignamente posible, a la sugerencia que me hicieran los participantes en esta excursión de hacer la crónica de la misma. A todos gracias por la confianza depositada en mí.

La verdad es que la excursión, programada para el sábado 18 de febrero, para mí comenzó una semana antes, pues tenía la “malsana” intención de que mi hijo David me acompañara. Primer objetivo, pues, era comentar personalmente con Domingo la procedencia de que David viniera, pues solo tiene 6 años, nunca se había calzado unas raquetas y no obstante, se trataba de una excursión de 10 km entre ida y vuelta acompañados de gente muy experimentada en montaña; me preocupaba que pudiéramos entorpecer el normal desarrollo de la excursión. Una vez obtenido el “sí hombre, sí… pero si el chaval tira!” por parte de Domingo (eres muy previsible Domingo, je, je) segundo objetivo: encontrarle material adecuado, es decir, raquetas y polainas básicamente. Una amiga me prestó las raquetas de su hijo y Barrabés previo pago de un módico precio, me proporcionó las polainas el viernes por la tarde. Como bien se ve, todo apurando el plazo como “buen” Abogado.

Hecho!!

Tras superar algún que otro inconveniente (la carretera estaba atascada desde el cruce de Borau hasta el mismo Villanúa y nada más llegar, tuve que comprar guantes de niño porque tuvo la feliz idea de sacarlos de la mochila la tarde anterior para jugar con ellos y dejarlos no se sabe dónde), llegamos al punto de partida con 15 minutos de retraso aprox. sobre la hora prevista. Una vez juntos todos, acordamos reducir el nº de vehículos que subirían al parking, así que nos metimos (sillita de niños incluida) en el coche de Javier Chóliz junto con Begoña.

El parking de Sansanetestaba a reventar de gente, lógico: nieve, buen tiempo y un fin de semana anterior infernal; la gente iba con ganas.

Nos calzamos las botas y las raquetas, hacemos la foto inicial y empezamos. Enseguida Jesús Miñana cogió a David de la mano y le ayudó a cruzar un pequeño puente (existe documento gráfico de esto). Durante los primeros momentos íbamos todos más o menos agrupados, sin embargo vimos que David tenía problemas con las raquetas, no tanto porque no se hiciera con ellas, sino porque sorprendentemente, las raquetas de niño no tienen fijación atrás y “bailaban”, era como si fuera con chancletas. Rápidamente Domingo apuntó una solución de emergencia: intentar fijar la parte de atrás de la bota a la raqueta con una brida que, como si se tratase del bolsillo mágico de Doraemon el Gato Cósmico, sacó de su mochila (todavía me pregunto para qué llevaría Domingo una brida en la mochila). El intento, aunque meritorio, resultó fallido, pues la brida, con el movimiento, no conseguía sujetar la bota. Inmediatamente, segunda solución de emergencia: crampones ligeros, esos que son unos pinchos unidos entre sí con una goma extensible y una cadenita. Esa fue una solución de auténtica fortuna que funcionó, pues aunque al principio el chaval desconfiaba y andaba como un pato, pronto se habituó a ellos… y hasta le sobraron los palos. De no haber sido por los crampones de Domingo, habríamos tenido que activar el plan C que propuso José María: coger al niño en brazos y tirar para adelante… la idea no molaba.

Y así fue como “chino chano”, entre bolazos de nieve de David al personal (José María y Domingo fueron las víctimas propiciatorias),llegamos al ibón donde ya nos esperaba el resto del grupo que se había adelantado mientras nosotros habíamos estado con nuestras soluciones de fortuna.

El enclave espectacular: todo, absolutamente todo nevado, el ibón ni se distinguía al estar cubierto de nieve helada y el señor Bisaurín que nos contemplaba desde sus 2.600 mts.

Tras la foto de rigor de todo el grupo convertida posteriormente en “oficial” y consumidos los bocadillos, una parte (los que se habían retrasado con nosotros con las soluciones de fortuna) se dirigieron al ibón para disfrutar de la experiencia de caminar sobre las aguas heladas. De no haber hecho la excursión con David, yo también hubiera ido, pero había que regresar y la prudencia dictaba no llevar al chico allí.

El camino de vuelta fue una juerga. Hicimos un buen trecho del camino con Nacho Martínez Lasierraque aguantó estoicamente los bolazos de nieve de mi energúmeno hijo que no respetó ni edades ni condiciones… (qué es eso de acribillar a bolazos a Su Señoría) pese a mis intentos baldíos de que dejara de lanzar bolas de nieve.

Enseguida nos alcanzó la parte del grupo que había ido a caminar sobre el ibón y Domingo sacó de su mochila esta vez una especie de estera de goma (ignoro el nombre técnico, si es que lo tiene) para bajar deslizándose sobre la nieve. Lo intentó denodadamente pero fue imposible, así que decidió montar a David en la estera y enganchársela con una cuerda a un mosquetón y tirar de ella. Poco duró el juego porque la nieve no ayudaba. Afortunadamente ya estábamos adentrándonos de nuevo en el bosque donde comenzamos la excursión, lo que significaba ya el final de la misma.

Terminamos muy satisfechos esta primera parte de la excursión, fue una buena y divertida “raquetada”, la segunda parte, ya la conocéis, es la de los famosos huevos que esta vez tuvo lugar en el bar Monrepós.

Dimos pues por concluida esta jornada que en lo meteorológico no pudimos pedir más, día perfecto; en lo colectivo, como siempre, disfrutamos de la compañía y la camaradería unos de otros; en lo personal, quiero agradecer la excelente acogida a David, futuro miembro el año que viene del Club a todos los efectos (si la Asamblea así lo aprueba), por parte del grupo, así como la paciencia, comprensión e implicación mostradas por todos los participantes hacia David. Para él fue una experiencia increíble, para su padre un motivo que, emulando al Rey emérito “me llena de orgullo y satisfacción”.

Un abrazo y nos vemos en la siguiente.