Ciclo de Cine Jurídico:
El Proceso Paradine
(Alfred Hitchcock, 1947)
José Luis Artero Felipe. Abogado REICAZ. Crítico de cine Bom Radio-Radio 4G.

En la VIII Sesión del Ciclo de cine jurídico que organiza la Comisión de Formación del ReICAZ en colaboración con la Agrupación de Abogados Jóvenes, la película elegida para su proyección fue “El Proceso Paradine”, un “clásico” dirigido por el maestro Alfred Hitchcock en 1947, (durante su “periodo estadounidense”) basada en la novela homónima de Robert Hichens, que adaptó la esposa del realizador británico.

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Nos acompañó el magistrado el Excmo. Sr. D. Luis Gil Nogueras quien, una vez más, junto a quien escribe estas líneas, tuvimos oportunidad de presentar y comentar ésta, a mi juicio, infravalorada cinta.

El abogado londinense Anthony Keane asume a instancias de un colega, la defensa de la misteriosa y enigmática señora Paradine, acusada de haber envenenado a su marido invidente (un coronel retirado, héroe de guerra y hombre acaudalado), delito que es castigado con la pena capital, ejecutada por ahorcamiento. Keane queda fascinado por su elegancia y belleza y se enamora repentina y perdidamente de ella, implicándose emocionalmente en el procedimiento, creyendo de forma inopinada en su inocencia. Confluyen entonces una historia criminal con otra del llamado amour fou (amor pasional rayano en la desmesura). No obstante, les recomiendo que presten atención a otras “subtramas” más soterradas y ambiguas; uno de los aciertos del “El Proceso Paradine” no está tanto en lo que muestra sino en lo que audazmente insinúa.

En cuanto a la ficha técnica, encabeza el reparto Gregory Peck en el papel de “Tony” Keane, un afamado y “astuto” abogado, con más de una década de ejercicio, tanto que según dice “casi he olvidado mis ideales”. Sin embargo, pese a un cierto recelo inicial, asume la defensa ya que “nunca dejo de interesarme por una buena minuta”.

Completan el elenco Ann Todd (quien encarna a la esposa del abogado), Louis Jourdan (el hombre de confianza del coronel), y, por supuesto, Alida Valli (en el papel de la acusada, una bellísima actriz italiana, “Valli” en los títulos de crédito, a quien se pretendía convertir en la nueva Ingrid Bergman). Los dos últimos son presentados como las nuevas estrellas del productor David O´Selznick, entre cuyas obras encontramos “Lo que el viento se llevó”. Completa el reparto Charles Laughton a quien ya vimos en “Testigo de cargo” (en la I Sesión del Ciclo de cine jurídico), dirigida en 1957 por otro maestro, Billy Wilder.

En el coloquio se destacó que, desde luego, no nos encontramos ante el “mejor Hitchcock” y que acaso se trata de una “obra menor” en su filmografía (pese a todo ¡cuántos realizadores quisieran haberla rodado!), lo que no descarta que se trate de una interesante y aleccionadora película con una prodigiosa puesta en escena. En cualquier caso, no funcionó bien en taquilla y recibió tibias críticas. Tampoco contribuyeron los continuos retrasos en el rodaje, el considerable desfase en presupuesto, algunos evidentes errores de casting, las imposiciones por parte del Estudio, lo que redundó en que fuera la última colaboración entre el director y el productor.

La película incide en algo que conocemos bien todos los Letrados como son las implicaciones personales que a veces nos producen algunos asuntos del despacho y que, en ocasiones, generan una tensión que puede trasladarse también a la familia. En este caso el súbito enamoramiento por parte de Keane hacia su cliente le va a hacer perder su objetividad y con ello la profesionalidad que en todo caso se le supone; “se forma una opinión y no atiende a razones”.

Por ello en aras de una correcta defensa es importante respetar la palabra dada al cliente, así como la estrategia acordada: “no se puede echar a otro hombre a la hoguera o sacrificar a un infeliz para conseguir una absolución” lo que, por cierto, nos remite a una constante en el cine de Hitchcock, una especie de “marca de fábrica” como es la figura del falso culpable. Asimismo, también resulta revelador el tratamiento dispensado a los testigos durante el proceso y en particular durante los interrogatorios en la sala de vistas: “no se juzga al testigo”, como reprende el Juez a Keane, tras percatarse de su obstinación y de cómo se está poniendo en evidencia ante su desesperación por salvar a su representada: “el abogado trata de sentar afirmaciones no de hacer preguntas” o de “poner sus palabras en la boca de los testigos”. En efecto, también le recrimina “pretender crear un ambiente emocional en la Sala” o “suplantar la labor del Juez” en un intenso “duelo de palabras” que indaga en la a veces complicada relación entre Jueces y Abogados.

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Pero del mismo modo que no se debe defraudar la confianza depositada por el cliente, también es fundamental que éste cuente toda la verdad a su Letrado para que “no haya sorpresas” como de hecho se producirán en la película (recordemos, una vez más, que hablamos de Hitchcock, el “maestro del suspense”). En todo caso, la Sra. Paradine también recriminará a su defensor que “no ha cumplido lo que me prometió” lanzándole una terrible advertencia: “es Vd. mi abogado, no mi amante”.

Tras el inesperado final, Keane queda como una especie de “gigante derribado” en una sórdida trama de asesinato y adulterio con unas implicaciones demasiado grandes para él (“todo lo que he hecho se ha vuelto contra mi cliente”). Sin embargo, recibirá una importante lección de integridad y humildad precisamente por parte de su esposa, la única persona que sale en su ayuda: “no sabes tanto como tú crees”; “no te va a ser fácil, se burlarán. La prensa no te tratará bien”. “El Proceso Paradine” nos recuerda que, en muchas ocasiones, el orgullo, la obstinación, la soberbia y la irreflexión preceden a la caída.