La herencia de Goya
José Luis Artero. Abogado.

En 2021 se conmemoró el 275 aniversario del nacimiento de Francisco de Goya y Lucientes. Con motivo de los actos de la V Semana Goyesca celebrada durante el mes de septiembre en Fuendetodos, tuve el honor de participar en el programa especial que RADIO 4G dedicó a este genio aragonés, emitido junto a su casa natal. Cuando me documentaba para preparar mi intervención, descubrí algunas menciones interesantes sobre la herencia (no pictórica) de Goya que quería reflejar en este breve artículo, no sin antes glosar la figura de nuestro gran artista, siquiera como modesto homenaje.

Goya, maestro de la pintura universal

Se ha destacado la individualidad de Goya, que siempre demostró un estilo personal y original, en el tránsito del siglo XVIII al XIX, una época particularmente convulsa para España, representada por una sociedad agotada y decadente, que culmina con la invasión de las tropas de Napoleón y la consiguiente Guerra de la Independencia (1808-1814).

Goya está considerado como el “primer artista moderno”, uno de los máximos exponentes de la Historia Arte de todos los tiempos, un absoluto maestro, con una producción ingente, autor de obras imprescindibles, verdadera “teología del Arte” con mayúsculas: “La Familia de Carlos IV” (1804), “El 3 de mayo de 1808 en Madrid” o “Los fusilamientos” (1814), por citar algunas. El artista de Fuendetodos se mostró tanto más genial cuanto más libre e independiente fue; a la vanguardia de las vanguardias, podemos decir que es el precursor del Impresionismo, Realismo, Surrealismo, Existencialismo, Psicoanálisis y del Fotoperiodismo (crónica social y periodismo de Guerra), con un espíritu incluso Prerromántico, por la pasión reflejada en sus personajes. Goya, además, es sin duda, uno de los mejores retratistas de todos los tiempos. Multidisciplinar, polifacético y multifacético, trabajó hasta el último momento de su vida. Cabe destacar la mención “Aún aprendo”, expresada en el que se tiene por uno de sus últimos dibujos (hacia 1826), ya octogenario, casi como una especie de epitafio.

Contexto biográfico. La herencia de Goya

Francisco de Goya y Lucientes nace en la pequeña localidad zaragozana de Fuendetodos el 30 de marzo de 1746 y muere en la localidad francesa de Burdeos el 16 de abril de 1828, a la edad de 82 años. Hijo de Braulio José Goya (que trabajaba como dorador, lo que supuso el primer contacto con las artes del niño Goya) y Gracia Lucientes, viene al mundo en el seno de una familia, acaso acomodada o de clase media en algún momento, pero posteriormente venida a menos. Penúltimo de seis hijos, siendo el mayor Tomás, quien “heredó” o sucedió a su padre en el taller sin demasiado éxito.

Braulio José falleció en 1781 y a este respecto encontramos una mención importante: “no hizo testamento porque no tenía de qué”, según relata nuestro pintor a su amigo Zapater en una carta redactada a finales de 1789. Esta mención excluye que, por lo menos, por la línea paterna, Goya hubiera podido recibir bienes que en su momento pudieran considerarse troncales.

Goya contrajo matrimonio en Madrid, el 25 de julio de 1773, con Josefa Bayeu, hermana de Francisco Bayeu (su primer mentor y valedor, que le facilitó el ingreso en la Corte), instalándose en Zaragoza por un breve periodo de tiempo. Para esa ocasión Goya pinta su “Autorretrato” a la edad de 27 años. Tuvo seis hijos, pero tan solo le sobrevivió Francisco Javier, que nació el 2 de diciembre de 1784. Su último hijo.

A nuestros efectos, Goya “de Exercicio Pintor”, había otorgado testamento abierto notarial (¿mancomunado?) en Madrid, el 3 de marzo de 1811 (se puede consultar el “original” en www.madrid.org, Archivo Histórico–Protocolos de Madrid). En el mencionado instrumento público los otorgantes “estando buenos, sanos de nuestro entero juicio, memoria, habla y entendimiento natural” (afirmación que en el caso de Goya no era del todo cierta, como enseguida veremos), haciendo expresa “profesión de la Fe católica”, “nos nombramos el uno al otro por testamentarios y elegimos a nuestro hijo legítimo D. Francisco Xavier de Goya” (heredero), revocando y anulando todas las disposiciones testamentarias anteriores.  Como adelantaba, Goya hace referencia “al mal de la Sordera que padezco” (desde que tenía 40 años, dolencia motivada posiblemente por una intoxicación paulatina por plomo y mercurio, al mezclar las pinturas, pigmentos, etc.), por lo que lo lee “por sí mismo” y en presencia de tres testigos (Félix Mozota, Francisco Fernández y Francisco Soria).

Poco después, el 20 de junio de 1812, fallece Josefa Balleu a los 65 años. En el inventario de bienes (consorciales o gananciales) relacionado en la escritura notarial autorizada el 28 de octubre, su valoración ascendió a casi 360.000 reales (para que nos hagamos una idea de la importancia de esa suma, su sueldo como pintor del Rey ascendía a 15.000 reales al año). Entre los diversos activos se encuentran numerosas alhajas por valor de 54.060 reales, además de muebles, tapicerías e incluso algunas obras de otros pintores (una de ellas nada menos que de Rembrandt, a quien Goya tenía por uno de sus maestros, junto a Velázquez y la Naturaleza). Todo ello sin tener en cuenta los cuadros de su propiedad pintados hasta entonces. Goya se adjudicó muebles, ropas, un valioso reloj de oro y una gran cantidad de dinero.

En realidad, se conoce el inventario completo ya que su hijo Javier exigió la disolución de la sociedad conyugal y el reparto de los bienes, reclamando su derecho a la herencia materna (según las “leyes de Castilla”). Se ha dicho que Goya adjudicó a su hijo su colección de pintura, entre otros muchos bienes, un piso y una completa biblioteca –sin un valor real en aquel momento – para poder retenerla en su casa. El mediocre Javier (sin profesión conocida) señaló las obras de su lote con una enorme X (de Xavier), seguida de un número identificativo. Esa “falta de intimidad y confianza entre padre e hijo fue providencial para la historia” (en palabras de GUDIOL) ya que hizo posible la identificación de un gran número de cuadros. En cualquier caso, “el fallecimiento de su esposa acrecentó su aislamiento y su voluntaria y activa reclusión en la casa número 1 de la Calle madrileña del Desengaño”; el nombre era ya toda una premonición.

Así es, el 27 de febrero de 1819 compra por 60.000 reales una finca a las afueras de Madrid conocida como “La Quinta del Sordo” con objeto de convertirla en su vivienda habitual y en cuyas paredes pintó las tortuosas “Pinturas Negras”.  Sin embargo, poco después, víspera de su “viaje” a Burdeos y temiendo represalias en forma de incautación o confiscación de sus bienes debido a la represión contra los liberales por parte de Fernando VII, el 17 de septiembre de 1823 otorgó escritura pública de donación   a su nieto Mariano (lo que evidencia que el pintor todavía tenía un cierto resquemor contra su hijo). Muerto Goya, en 1830, Mariano se la donó a su padre Javier.

Posteriormente comienza una relación con Leocadia Zorrilla (de casada Weiss) que se había separado de su marido. Se ha llegado incluso a especular con que la pequeña Rosario (nacida en 1814), fuera en realidad hija biológica de Goya. Sea como fuere, el de Fuendetodos mostró por la niña un “afecto paternal” siendo “su discípula predilecta”. Y Leocadia pasó los últimos años de vida con el pintor, si bien se refería a ella como “ama de llaves” para evitar nuevas investigaciones de la Inquisición que, en cualquier caso, ya había “procesado” a Goya por la “obscenidad” que les suponía “La maja desnuda” (1790–1800). En Burdeos, Goya gozaría de unos años, si no de felicidad, sí de relativa tranquilidad hasta su muerte.

Y, a este respecto, un detalle importante es que, en la noche del 15 al 16 de septiembre de 1828, es decir, en sus últimos momentos de vida, Goya expresó su deseo de otorgar testamento, siendo disuadido por su nuera Gumersinda Goicoechea (con quien Francisco Xavier había contraído matrimonio el 7 de julio de 1805), manifestando que “ya le tenía hecho” (el otorgado en 1811), detalle que conocemos por una carta remitida por Leocadia a Leandro Fernández de Moratín el día 28 de abril de 1828. ¿Quiso Goya reconocer como hija a la ya adolescente Rosario o establecer alguna disposición a su favor? Nunca lo sabremos.

Fue enterrado en el cementerio de La Chartreuse junto a su consuegro Martín de Goicoechea. Tras un inexplicable periplo, ya en 1919, sus restos (a falta del cráneo) fueron depositados finalmente en la ermita de San Antonio de la Florida (Madrid) donde hoy descansan bajo la maravillosa cúpula que él mismo pintó.

Bibliografía

Gudiol, J. (1984). “GOYA”. Ediciones Polígrafa, Barcelona.

Pérez Sánchez, A. E. (1976). “Grandes Museos del Mundo. Museo del Prado”. Ediciones Danae. Vitoria.

Torralba Soriano, F. (1996)“Grandes Artistas. Goya”. Ediciones IBERCAJA. Zaragoza.

VV.AA. (1999). “Historia del Arte”. Ediciones Edebé. Barcelona.