En la primera parte, el patriarca Vito Corleone se encuentra en el trance de planear su sucesión (empresarial y personal) que, por cierto, tendría fácil solución para el derecho aragonés. Pese a que Michael, (Al Pacino, en una de las mejores interpretaciones masculinas de la historia del celuloide) héroe de guerra y futuro universitario, es su hijo predilecto y en el que ha puesto parte de sus ambiciones “legales”, el elegido es el impulsivo y violento Sonny. El primogénito Fredo queda descartado debido a su talante pusilánime y su condición valetudinaria, al igual que Tom Hagen (hijo adoptivo que pese a todo alcanzará el grado de “consigliere”). La única hija, Connie, queda también apartada de la sucesión (sin embargo, se revelará posteriormente como una despiadada “Lucrecia Borgia” en uno de los personajes más importantes de esta epopeya).
El asesinato de Sonny y la posterior muerte de un ya anciano Vito, propiciará que Michael asuma la jerarquía de Padrino y su herencia, convirtiéndose en un auténtico tirano y un déspota: de hecho, debido precisamente a una traición, ordena la muerte de su hermano Fredo, lo que le atormentará toda su vida. Llegado el momento será el propio Michael, también ya mayor y enfermo (una vez más, un remedo de King Lear), quien transmita el poder a su sobrino Vicent (hijo ilegítimo de “Santino”, un “bastardo”, argumento también muy recurrente en Shakespeare), no así en la fundación familiar para los que la elegida es su hija Mary, debido a que el hijo varón reniega de las actividades de su padre. La trilogía de “El Padrino” cuenta en suma la caída de Michael desde la “Gracia” y su búsqueda de la redención, el perdón y la imposible expiación de sus pecados, de ahí la tragedia. Michael es ya un hombre emocionalmente estéril, condenado a la soledad, un monstruo, un muerto viviente derrotado por el paso del tiempo y el peso del remordimiento y de la culpa.
La película (y en mayor medida la novela) destila un cierto resentimiento o prejuicio contra todo aquello que representa la ley, la Justicia y/o el orden establecido: la policía, los políticos, los jueces y, por qué no decirlo, también los abogados: “un abogado con su cartera de mano podía robar más que un centenar de hombres con metralletas”; “no necesito asesinos, necesito abogados”; “todos somos hombres de honor, por lo que no será necesario firmar documento alguno. Después de todo no somos abogados”. Por ello Don Corleone ha creado un “Estado dentro del Estado”, basado en el crimen, pero también en la influencia y los favores mutuos. Sin embargo, ambos Padrinos (Vito y después Michael) aspiran a integrarse legalmente en un sistema que en el fondo desprecian. El Don quiere ser un “hombre de respeto”, “negándose a ser un muñeco movido por los hilos de los poderosos” (vean la carátula de la película) pero sí aspirando, paradójicamente, a ser uno de ellos (tú podrías llegar a ser el senador o gobernador Corleone, le dice a Michael).