Miguel Ángel Aragüés.
Todos conocemos ese dicho de que no se valora plenamente algo hasta que se pierde y que es perfectamente aplicable hoy al Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza, que pierde a Javier Piera por jubilación. Una jubilación que marcará un antes y un después, porque el Colegio no será lo mismo sin Javier. Dicho sea sin demérito de quienes siguen y le sucedan en y al frente del Departamento de Informática.
Conocí a Javier a mediados de los 80, del siglo pasado, claro, cuando yo era uno más de los colegiados que intentaban abrirse paso en la profesión, había pasado ya por la Junta de Gobierno, como Diputado 10º, el último mindundi. y estaba a punto de pasar a sin ejercicio para poder incorporarme al puesto de Asesor Jefe de una Institución, el Justicia de Aragón, que empezaba su andadura bajo la estela ilusionante y única de nuestro compañero Emilio Gastón.
Javier acababa de ser contratado por la Junta de Gobierno que presidía como Decano Alvaro Miranda Nasarre, no se muy bien para qué, si para informatizar la Biblioteca o para ir sentando las bases de una futura infraestructura informática. Lo cual, por cierto, pondría de relieve el buen ojo de aquella Junta, que supo ver el futuro que se nos venía encima, aunque no creo que lo imaginara con la amplitud que ha tenido, y se preparó, nos preparó, para afrontarlo cuando la mayoría de los colegiados no teníamos ni pajolera idea de lo que era un ordenador. Bastante teníamos con acostumbrarnos a aquellas infernales máquinas eléctricas, el sumun de la modernidad, que recogían la línea que acabas de escribir, para que pudieras corregirla o modificarla, y luego, cuando dabas el visto bueno, la imprimían en el papel.
Lo cierto es que Javier apareció un día encajonado en un rincón de la Biblioteca, junto a una ventana que daba al Coso, en nuestra antigua sede colegial. Sí, nuestra sede, porque tal vez sea oportuno recordar a muchos, que hasta entonces la sede del Colegio estuvo en el edificio del actual Tribunal Superior de Justicia y que en las escaleras que hay a la izquierda de la entrada, en la vidriera que antecede a la puerta de la actual Secretaría de la Sala de lo Contencioso Administrativo, y que entonces era el acceso al Colegio, todavía hoy está, si no lo han quitado, el escudo del Reicaz.
No puedo decir mucho del Javier de aquellos años, al que traté de pasada cuando yo iba por el Colegio, salvo que ya entonces era la amabilidad personificada. Fue unos años más tarde, en 1993, cuando me reincorporé al Colegio y se me encomendó su gerencia, cuando volví a encontrarme a Javier, entonces como su jefe. Y si de algo me siento orgulloso de mi etapa de Gerente del Colegio, es de haber contado con la sabiduría, la entrega, la afabilidad y la amistad de Javier Piera.
El que las cosas sean de una manera no quiere decir que siempre hayan sido así y cuando hoy en día todos los colegiados tienen un ordenador por lo menos en su despacho, que no sólo pueden utilizar como procesador de textos, que no es poco, sino con el que pueden comunicarse por escrito e incluso verbalmente con sus clientes y compañeros, con el que pueden intervenir profesionalmente ante los Juzgados y Tribunales y la Administración en general, acceder a información actualizada al minuto, consultar la jurisprudencia y la legislación, y tantas otras posibilidades que facilitan el ejercicio profesional, deben ser conscientes de que eso ha sido fruto de una ingente labor que ha puesto todos esos medios a su disposición. Esa labor, por lo que al Reicaz se refiere, se llama Javier Piera. Primero y durante muchos años, en solitario, y posteriormente con el apoyo de quienes integran el Departamento de Informática del Colegio.
He visto a Javier quejárseme muchas veces. De que no llegaba, de que todo era urgente, de que no le dejaban trabajar lo que tenía previsto con consultas y llamadas telefónicas. Pero nunca le he visto decir que NO. Ni a mi, ni apuesto que a nadie le ha dicho jamás que NO, una expresión que no formaba parte de su vocabulario. Incluso en aquellas ocasiones en que te ibas pensando que no tendrías lo que le habías pedido, tantos eran los inconvenientes y dificultades que te había expuesto, llegado el momento allí estaba lo que querías. Javier cumplía siempre. Aunque fuera a costa de horas, nadie ha hecho más que él en el Colegio, y sin cobrarlas. Aunque tuviera que hacer el trabajo desde su casa, fuera de horas de trabajo y en festivos. Cuantas veces le he pasado una circular un domingo por la mañana para que pudiera enviarla el lunes a primera hora, y me encontraba con la sorpresa de que el mismo domingo por la noche estaba ya en el correo de todos los colegiados. Cuantas veces le he dicho, ante sus quejas por la falta de tiempo, que no atendiera al teléfono, que cerrara la puerta de su despacho, que no se metiera en labores administrativas. Pero es que entonces los colegiados protestarán y se quejarán de mi, me decía. Pues diles que son órdenes del Gerente y que se vengan a quejarse a mi, le contestaba. Que si quieres arroz Catalina. Una vez que se había desahogado conmigo, el seguía a lo suyo. Y lo suyo eran los colegiados y el Colegio.
Javier lo ha dado todo por el Reicaz, por los abogados de Zaragoza…y por sus compañeros de trabajo, siempre dispuesto a echar una mano, y no sólo en su materia, en informática, que Javier ha ayudado a cargar muebles o cajas, a vigilar en actos colegiales, a realizar tareas de mantenimiento, incluso a limpiar después de una reunión o celebración en el Colegio. Nada se le ponía por delante y nunca se le cayeron los anillos. Javier ha sido la entrega personificada y eso pese a que me consta que ha pasado, y supongo que sigue pasando, aunque sobre ese tema jamás ha expuesto la menor queja, momentos familiares difíciles.
En fin y por acabar, ya que no hay otro remedio, Javier se va y lo tiene más que merecido. Pero al hacerlo nos deja muy solos y nada volverá a ser lo mismo. Muchos valorarán ahora en toda su inmensidad lo que ha sido Javier Piera. A otros nos queda el inmenso privilegio de haber contado todos estos años con su saber, su buen hacer, su lealtad y a su compañerismo. Javier se va, pero se queda en nuestros corazones, aunque, como dice la canción, cuando un amigo se va… algo se muere en el alma.