Introducción Mabel Toral
El día 20 del pasado mes de agosto, cuando la mayoría de los abogados nos encontramos disfrutando cada uno a nuestra manera del deseado descanso estival, aprovechando el mes declarado inhábil para los juzgados, la noticia del fallecimiento de Alejandro Arregui Las Heras en accidente de montaña, mientras llenaba las páginas de los periódicos locales, nos vaciaba de un mazazo nuestros corazones.
Para quienes tenemos el honor de conocer a Alejandro y haber compartido muchas horas de trabajo con él en la Comisión de Deontología de nuestro Colegio, aquel día de agosto sentimos que nos habíamos quedado semi-huerfanos, sin su presencia y su siempre acertado y justo criterio.
Pero la silla vacía que ha quedado en la Sala Carmen Navarro de la tercera planta dónde se reúne la Comisión, se llena de Alejando continuamente en nuestras sesiones. Ha dejado su impronta, su buen hacer, su lealtad y honestidad. No en vano en no pocas ocasiones ha sido quién ha puesto la “guinda ética” y la mesura cuando había discrepancia de criterios. Alejandro siempre acertaba. Nunca necesitaba levantar la voz.
Por su labor institucional a favor de la Abogacía todos debemos rendirle homenaje. Pero si ésta ha sido importante y desinteresada, no menos lo ha sido en su ejercicio profesional. Buen compañero, elegante y respetuoso cuando defendía los intereses de la parte contraria. El mejor de los oponentes ya que su altura jurídica te hacía crecer en tu propia labor defensora. Lo cual no le impedía felicitar al compañero contrario cuándo la resolución judicial no le resultaba lo favorable que él esperaba.
La abogacía aragonesa echa de menos a uno de sus mejores exponentes tanto ética como jurídicamente.
Alejandro, estoy segura que naciste para estar siempre más cerca del cielo que algunos de nosotros. Incluso tus ojos reflejaban la luz celestial. Como también tengo la certeza que desde aquella estrella en la que ahora habitas, sigues sentado en la silla del fondo de la mesa a la izquierda en nuestras ya distintas sesiones de la Comisión de Deontología.
Gracias Alejandro por haber sido y haber estado a nuestro lado. Siempre seguirás siendo y estando en nuestros corazones.
Alejandro tenía una gran pasión.
La montaña y especialmente nuestros Pirineos.
Alejandro fue uno de los pocos socios fundadores que crearon el Club de Esquí y Montaña del REICAZ el día 1 de Julio de 1996, es decir hace ya casi 25 años. Participó en la primera actividad del Club consistente en la “mítica ascensión” al recién inaugurado refugio de Montaña de Respomuso (Sallent de Gallego) desde donde se envió un fax al REICAZ (el primero desde el Refugio porque no sabían usarlo y lo estrenamos nosotros) firmado por todos los participantes de aquella excursión (que insertamos a continuación).
En aquella primera excursión ya se empezaron a fraguar las estrechas relaciones de lealtad, compañerismo y solidaridad que siempre han presidido en todos los miembros de las múltiples actividades del Club, y el incondicional apoyo entre sus socios, tal como se pudo apreciar en la misa in memoriam celebrada el pasado siete de noviembre.
Alejandro participó activamente en más de 150 salidas del Club, destacando su presencia especialmente en las de más dificultad, que le apasionaban, al igual que vivaquear al aire libre, y no solía perderse casi ninguna; que hizo cumbre en más de treinta Tresmiles con el Club –además de los muchos más que pudo hacer en solitario o sin el Club-.
A continuación publicamos cartas que amigos y compañeros del club de montaña leyeron en esa misa funeral y que amablemente nos han remitido para que desde esta publicación colegial compartamos su especial homenaje para Alejandro Arregui, abogado y montañero.
Mi corazón permanecerá
donde mi cuerpo no podrá
volver nunca más.
John Forbes
El día que no regrese, no me busquéis en la cama de un hospital, ni en el arcén de no sé qué carretera, ni a los pies de esa maldita montaña.
No me busquéis donde se apagó el brillo de mis ojos, ni donde se helaron mi sonrisa y mi aliento. Ya no estaré ahí. No en mi lugar último.
Y si no fuera yo el primero que no regresa, y por desgracia ya no lo seré, sabré dónde buscarte y dónde encontrarte una vez más, amigo.
Será en la cima de la primera montaña que hice contigo, y también en el recuerdo de aquella más alta. Será en una senda perdida junto al sediento arroyo de agua cristalina o al final de aquella cuerda que nos unió para siempre.
Pero será también en cualquier bosque, senda plana, lapiaz o pedriza de no importa qué nombre o lugar de nuestro querido Pirineo, porque los nombres y los lugares ya no importan. Para mí ya sólo importa tu mirada azul infinita en cualquier cima en la que sienta que estás a mi lado.
Te buscaré, desgarbado Quijote, para saber que sigues ahí. Para seguir luchando, como siempre, contra gigantes molinos de piedra cruel. Aunque una vez más nos descabalguen, a ti no te veré nunca vencido.
Ya nunca caminaré solo, porque tú ya eres esas montañas, les has dado vida y les perteneces. Caminaremos juntos, mi vida y tu recuerdo, hasta que un día los dos seamos sólo un recuerdo.
Te jugaste la vida por un paisaje, pero seguro que mereció la pena. Lo dejaste muy arriba, buena señal, buen montañero.
Creo que tuviste una buena muerte. En una montaña y cerca del cielo, amigo Alejandro, cerca del cielo.
Fdo.: Domingo Aguilar Calavera.
In memoriam.
Era un compañero. El pirineo fue su paraíso.
En sus sendas se templó el acero de sus piernas.
En sus cimas hay grabadas flechas de héroe que ascienden al cielo.
Así trazaba él sus ascensiones: con decisión.
Y mientras las maduraba, se enamoraba de ellas.
Y cuando les había dado el corazón, solamente entonces las emprendía.
Fue ese amor por sus cimas, ese amor por las noches estrelladas de los vivacs, ese amor por el sacrificio físico (castigar la materia, como él lo habría llamado), ese ideal de la cumbre…, lo que forjaba su voluntad de hierro.
Las piedras del pirineo recuerdan el aroma de sus cigarros a vainilla, el ritmo de sus amplias zancadas o su modo de escalar atlético, fiel reflejo de su voluntad.
Era un compañero, su mejor cualidad. Por encima de sus aptitudes físicas.
En los momentos delicados, él daba la cara, consciente de su responsabilidad y carente en absoluto del egoísmo en su vida.
En el vivac cedía siempre el lugar más cómodo… Siempre de broma, aún en los momentos de gran riesgo, era capaz de infundir una fuerte moral al más débil.
Su seguridad era contagiosa.
No abusaba de sus cualidades.
Amaba el pirineo y por eso no lo menospreciaba.
No escalaba por orgullo. Ni por vanidad.
Escalaba por amor.
Sentado en un banco del Paseo de la Independencia, no doy crédito a lo que leo.
Contemplo la página del Heraldo y… ¡no puede ser cierto! ¡No quiero creerlo!
¿Por qué? ¿Por qué? La eterna pregunta tantas veces sin respuesta.
El hecho es que la montaña nos ha encajado un duro golpe.
Si cupiera el rencor en nuestros corazones, la odiaríamos de ahora en adelante, porque nos ha herido profundamente en nuestros sentimientos.
Nos ha arrebatado con crueldad uno de nuestros mejores compañeros.
Dios lo ha querido así, y él sí sabe porqué.
Nunca nos hemos dicho adiós… Y ahora tampoco.
Hasta la vista, porque confío que volveremos a vernos en esa vida sobrenatural más feliz y que todos ambicionamos.
Fdo.: Guillermo Blanchard Nerín.