Los colegiados del ReICAZ no saben la suerte que tienen de pertenecer a esta institución.
¿Cómo recuerda esos primeros momentos, su entrada en el Colegio?
La verdad es que la Audiencia, donde estaba la sede del Colegio, imponía mucho. Eran grandes estancias y yo estaba un poco asustado porque era un lugar imponente. Lo cierto es que tuve una inmensa suerte de encontrarme con los compañeros que me encontré ahí, eran mayores que yo, ero fueron encantadores y me acogieron fenomenal. Me llamó la atención lo bien que se portaron conmigo y siempre con un espíritu de ayuda y de colaboración. Tuve una inmensa suerte.
Llegué ahí como una piedra cuando cae en un estanque. Al principio no había ningún ordenador, en el año 1985, la mayor parte de la gente no sabía lo que eran. De hecho, ese primer año no hubo un ordenador porque la idea que tenía la Junta era habilitar la automatización, el proceso de generar datos de la biblioteca y del colegio propiamente dicho.
Ese mismo día no solo entré yo, comenzó también una compañera que estuvo solo 6 meses en el Colegio y la labor que teníamos era comprobar, con un libro de registro de la biblioteca, las existencias reales. Eso nos permitió ir preparando la automatización posterior de todos los datos de la biblioteca. Primero había que saber lo que había y lo que no. Por cierto, hasta tijeras nos encontramos dentro de los libros, también faltaba algunos grabados…
Nos costó un año hacer el catálogo, pero mientras tanto llegó el equipo. Era el año que era, los equipos no eran fáciles de conseguir y al final Ibercaja nos proporcionó un terminal financiero, un equipo incompatible pero que nos permitió generar las bases de datos.