José Luis Artero. Abogado.
El viernes día 08 de noviembre, a las 17:00 h. tuvo lugar la V Sesión del Ciclo de Cine Jurídico que organiza la Agrupación de Abogados Jóvenes. El largometraje elegido fue “Doce hombres sin piedad”, un auténtico clásico dirigido por Sidney Lumet en 1957. Este realizador y productor norteamericano, “repite” tras la proyección de la película “Veredicto Final” (1982), en la II Sesión.
“Doce hombres sin piedad” está basada en un guion para televisión (no en una obra de teatro como suele pensarse, debido a su inconfundible puesta en escena), escrito por Reginald Rose. Candidata a tres Oscar (película, director y guion adaptado), forma parte del denominado TOP 10 de la lista AFI´s estadounidense en la categoría de “películas jurídicas”. En este caso la trama versa sobre la deliberación de un jurado en un delito de homicidio cometido presuntamente por un adolescente, quien se enfrenta a la pena capital.
Como comentaristas contamos de nuevo con el escritor, profesor y cineasta, Luis Alegre, quien además, es el coordinador del ciclo, así como con la jovial y divertida actriz María Barranco. En las intervenciones posteriores el magistrado Luis Alberto Gil Nogueras realizó interesantes apreciaciones sobre la institución del jurado en los Estados Unidos y sus importantes diferencias con esta institución que fue “reintroducida” en España por la LOTJ de 1995.
Los tres “críticos cinematográficos” coincidieron en destacar lo “inexacto” del título, en su versión original “12 Angry Men”, “12 hombres enfadados” o “sin piedad”, cuando es precisamente, el “jurado número 8” cuyo nombre no conoceremos hasta el final (interpretado por un sobrio, contenido y espléndido Henry Fonda), quien decide replantearse el veredicto de culpabilidad que de forma irreflexiva y precipitada parece cernirse sobre el aterrado acusado.
Se trata de una película coral, interpretada además de Fonda, por otros magníficos actores (Lee J. Cobb, Jack Warden, Ed Berley, etc…), que al desempeñar cada uno un rol completamente diferente, permite indagar en los corazones y las mentes de los hombres y situarles ante el espejo de sus más profundas angustias y miserias morales.
Por otra parte, al transcurrir en unidad de acto, en una sala cerrada en la que están confinados todos los jurados mientras deliberan, produce una constante sensación de tensión, opresión y de asfixia (puede llegar sentirse el calor sofocante de la habitación debido a que el ventilador está estropeado, o el aire fresco de la lluvia que penetra al abrir las ventanas…), en lo que ha venido a denominarse como una muestra de “realismo estilizado”.
La película cuenta con un sobresaliente guion (la razón, la palabra y el diálogo como solucionador de conflictos), una firme dirección (con un Lumet en un precoz estado de gracia, en su primera película como director) y una elegante dirección de fotografía (que capta todos los matices de la sala y las reacciones de los personajes). Otro de sus indudables aciertos, que acaso pasa desapercibido, es su escaso metraje, tan apenas hora y media, por lo que la trama fluye con naturalidad, de forma ágil, sin llegar nunca a cansar ni resultar pesada, centrándose siempre en lo fundamental.
En efecto, algunos de los asistentes coincidieron en que este aleccionador largometraje supone una demoledora crítica contra la institución del Jurado popular que invita a una seria reflexión sobre la misma (y de paso también contra la pena de muerte que, en ocasiones, se impone de forma discriminatoria y con demasiada ligereza). Como iremos descubriendo a lo largo de la acción, y por citar ejemplos, uno de los miembros tiene “prisa por terminar por que tiene entradas para el béisbol”, otro se “deja llevar por su prejuicio hacia la menesterosa clase social a la que pertenece el joven reo pensando que todos los de su clase son así” y, uno de los jurados más recalcitrantes proyecta en el procesado “la frustración y la rabia que siente por que su hijo le haya abandonado”. Ante esta situación el jurado encarnado por Fonda no llega a plantearse “si es inocente o culpable”, solo “sabe que tiene dudas” y que “ese chico” merece que no emitan un veredicto sin haber estudiado a fondo todas las pruebas y evidencias que analizadas con detenimiento y objetividad, resultan no ser tan sólidas ni irrebatibles (la navaja como arma del crimen, las declaraciones de los testigos, la aparente ausencia de un móvil, etc…).
Es decir, plantea una “duda razonable” con la que en ningún caso puede condenarse a una persona. Y esa duda del protagonista, que considero la conclusión más importante de la película, muestra también la humildad, la sabiduría y los buenos sentimientos de un hombre normal, arquitecto de profesión, que reniega del fanatismo, la sinrazón, y los dogmas, que tiene la inteligencia para comprender que quizá ni a él ni a los demás les asiste toda la razón y que acaso, no existen certezas totales y absolutas, menos aún en un procedimiento judicial. El jurado número 8, no se aviene a acordar un veredicto que permita presentar el prejuicio de forma respetable, como un pretexto con el que condenar a un pobre joven (insistimos, no llegaremos nunca a saber si es inocente o culpable), que merece un mínimo de compasión y piedad por parte de sus semejantes, cuando se trata de decidir entre su vida y su muerte.