Sagrario Valero Bielsa. Diciembre 2019
El tiempo pasa y con él las cosas van sucediendo y ocurriendo. Lo mismo con el calendario de actividades del club, que ya toca a su fin. Y lo hace cumpliendo con la bonita y entrañable tradición del Belén montañero.
Parece que fue hace unos días cuando un nutrido grupo nos reuníamos en la bellísima ermita de San Adrián de Sasabe, en Borau, en diciembre de 2018. Pues ya ha pasado un año desde entonces y el 15 de diciembre nos dimos cita en la recogida y silenciosa ermita de San Juan de Izuel, en el camino del pueblo abandonado de Cenarbe, en Villanua.
La idea inicial era celebrar el Belén en la ermita de Santa María de Iguacel. Incluso ya habíamos gestionado el asunto de las llaves, permisos, etc. Sin embargo, las copiasas lluvias y nevadas de finales de noviembre complicaba hasta el desánimo el camino de acceso por la pista, ya que hay que cruzar un puente inundado por las aguas del barranco de Ijuez, que bajaban con cierta fuerza. Imposible salvarlo a pie e impensable superarlo en coche. Tras barajar varias alternativas nos inclinamos por la citada ermita de San Juan, ya citada. Feliz y afortunado acierto, ya que el viernes 13 cayeron por el valle casi cien litros por metro cuadrado de lluvia. Y si a principios de diciembre, cuando fuimos a examinar el camino de acceso a Santa María, estaba imposible, el domingo mucho peor.
En fin, que salvados los inconvenientes geográficos, nos sobrevino un problema logístico feliz y de envergadura. Digo feliz porque si el año pasado casi nos congregamos una treintena de asistentes este año casi alcanzamos la cincuentena. Sí, así es, amigos. Nos inscribimos cuarenta y seis asistentes, en un censo que iba desde los dos años hasta los setenta. Que recuerde y salvo error, la congragación más numerosa y con diferencia.
Había que organizar horarios, coches, reserva en restaurante, comprar algún obsequio para los chavales, etc. Todo fue muy fácil. Mucho más de lo esperado. Facilísimo, diría yo, gracias esencial y fundamentalmente a la disciplina, compromiso y responsabilidad de todos, que acudieron, puntuales y ordenados, a la cita. Y si hay a quien culpar de verdad de que saliera todo tan fenomenalmente bien es a la chiquillería que vino, maravillosa, encantadora, obediente, participativa, cantante, rumbosa y bailaora. Fue un auténtico gozo escucharles cantar con tanto entusiasmo y con tanta gracia y bailar, al final, con el villancico denominado burrito sabanero, que no había oído en mi vida. Precioso y marchoso.
La jornada empezó con la división en dos grupos. Unos que quería mover un poco las piernas antes de los villancicos, y el resto, que venía con los niños. Los andarines acudieron puntuales y aparcaron en la explanada del viaducto del canfranero, grandiosa obra de ingeniería civil de principios del siglo pasado que salva el irregular relieve del trazado ferroviario por la zona. Llegaron al pueblo abandonado de Cenarbe y media vuelta, hasta la ermita.
El otro grupo, muy numeroso, acudió también puntualísimo al punto de encuentro y de ahí, en coches, a la citada explanada. Desde allí a la ermita salvaron un agradable paseo de poco menos de un kilómetro. Cuando llegaron, los andarines ya tenían montado el Belén y todo el belén, valga la expresión. Dispusieron un portal vegetal con corteza, ramas, pequeñísimos arbustos y las figuras alrededor, iluminado el conjunto con lucecitas suaves y velas. Todo ello amenizado con música navideña. Preciosa y conmovedora postal. Muy emotivo, también, ver a familias que habían acudido tres generaciones. ¡Cómo gozaron los abuelos!
Todo, pues, dispuesto, asumieron el protagonismo los verdaderos ángeles del Belén montañero, los peques, que empezaron animosos y ruidosos, con sus dulces vocecitas y panderetas, cantando villancicos, desde campana sobre campana al adeste fideles, por supuesto, pasando todo el repertorio tradicional. Y terminaron cantando y bailando en el ya citado burrito sabanero, que es una auténtica delicia.
Como hizo un día fabuloso, fuera de la ermita compartimos dulces, viandas y alguna copita de cava, todos en animosa y amistosa conversación, con un fenomenal ambiente.
Después nos encaminamos todos, en ordenada expedición, al restaurante del hotel Mur, en Jaca, donde nos sirvieron y trataron muy bien. Y también ahí la chavalería dio una lección de extraordinaria educación, orden y respeto. ¡Qué gusto ir con ellos¡
Y eso fue todo. Luego, ya cada uno en su destino, fue mandando sentidas frases de agradecimiento y de recuerdo del buen día pasado. Pero en realidad los que estamos muy agradecidos somos nosotros, el club y los organizadores del Belén, por vuestra extraordinaria participación y ejemplar aportación al evento.
Muchas gracias.